Año de la Oración

Tras el año dedicado a la reflexión sobre los documentos y al estudio de los frutos del Concilio Vaticano II, el 2024 será el Año de la Oración, siguiendo la propuesta del Papa Francisco. El Santo Padre ha anunciado su inicio el domingo 21 de enero de 2024, con ocasión del V Domingo de la Palabra de Dios. Ya en la Carta del 11 de febrero de 2022, dirigida al Pro-Prefecto, S.E. Mons. Rino Fisichella, para encargar al Dicasterio para la Evangelización del Jubileo, el Papa había escrito: «Me alegra pensar que el año 2024, que precede al acontecimiento del Jubileo, pueda dedicarse a una gran “sinfonía” de oración; ante todo, para recuperar el deseo de estar en la presencia del Señor, de escucharlo y adorarlo». Por lo tanto, en preparación para el Jubileo, las Diócesis están invitadas a promover la centralidad de la oración individual y comunitaria.

Recursos

¿Qué significa la oración para mi?

“PARA MÍ ORAR ES…”

Por Hermana Louise Robidoux, Hija de Jesús

“Para mí orar es…” aceptar una invitación e ir al encuentro del Señor que me espera
dentro de mí, donde creo ¡reina Dios! Primero tomo la decisión de dedicarle tiempo y así
hago oración mañana y noche, porque la necesito. Los días que no soy fiel, noto la
diferencia. Pido al Espíritu Santo purificar mi corazón. Le pido un corazón limpio, humilde
y abierto. Y sobre todo, pido al Espíritu de Dios, Espíritu de Jesús resucitado, guiarme en
esa oración. Le puedo pedir una gracia especial, pero no siempre. Lo que sí le pido
siempre es que me ayude a vivir en su Presencia todo el día y a hacer su Voluntad en cada
momento.
Bajo al interior de mí con mi mochila llena de rostros, personas, búsquedas,
preocupaciones. Todo aquello le llevo al señor, con lo que soy y mis incapacidades. De a
poco me habita un gran silencio interior y entro en la Presencia de Dios. Primero le adoro,
le agradezco, le alabo, me quedo con Él… Mi oración es de mucha gratitud por su Amor,
su misericordia y su fidelidad, por su acción en mí y en los demás. La acción de gracias me
surge del corazón con mucha facilidad, yo diría desde siempre. Solo desde unos años, vivo
la oración de alabanza también.
Todas las mañana, la Palabra de Dios alimenta mi oración. A veces me quedo con los
primeros versículos… Me hace como penetrar en la Palabra, me habla, me hace gustar,
sentir, descubrir, comprender. Me puede reconfortar, llenar de paz, de luz… o interpelar,
llevarme al arrepentimiento, pero todo en el amor, su Amor. EL Espíritu me muestra
como aterrizar la Palabra en las personas, situaciones, necesidades que me rodean. Hay
días más áridos, pero igual me quedo pegada a la Palabra que me nutre todo el día.
En la noche, tengo uno o dos libros de referencia que me acompañan. En la tarde con mi
hermana de comunidad, que no ve bien, cuando hay tiempo meditamos juntas escritos
del papa Francisco u otros textos importantes. Eso también nos lleva a la oración.
Termino el momento de oración enriquecida, transformada, pacificada. Estos momentos
largos de intimidad con el Señor me ayudan a hacer de cada Eucaristía una oración
profunda de acción de gracias y de ofrenda. En el día, en el trabajo, frente a cada
hermano, percibo mejor lo que hay que hacer o qué está viviendo y siento que el mismo
Espíritu me sopla. A veces me sorprendo a decir “eso no viene de mí, viene de Ti Señor”
porque me surgió muy de adentro. Esta vivencia con el Señor es mi motivación profunda
para la misión. Deseo que cada persona experimente la Presencia y el Amor que Dios le
tiene. ¡El Reino de Dios está en él! ¡Así tendremos un mundo mejor también! Tal vez es lo
que quiere decir Jesús con estas palabras: “oren siempre”.

”NUESTRA ORACIÓN EN PASCUA»

Por Sergio Pérez de Arce A.

Si podemos orar y encontrarnos con el Señor, es porque Él ha resucitado y nos llena con su gracia. Lo dice Francisco a los jóvenes: “Si Él vive, entonces sí podrá estar presente en tu vida, en cada momento, para llenarlo de luz. Así no habrá nunca más soledad ni abandono” (Christus vivit 125). Podríamos decir que toda oración es pascual, porque es encuentro con Cristo, pero hay algunas oraciones que tienen especial resonancia pascual. Veamos aquí dos ejemplos.

Alabanza agradecida

El salmo pascual por excelencia es el salmo 117, que cantamos desde la misma vigilia pascual. Es un himno gozoso que nos puede seguir acompañando en nuestra oración:

Dad gracias al Señor porque es bueno,

porque es eterna su misericordia.

Que lo diga la casa de Israel:

es eterna su misericordia.

Que lo diga la casa de Aarón:

es eterna su misericordia.

Que lo digan los fieles del Señor:

es eterna su misericordia.

 

Este es el día en que actuó el Señor:

sea nuestra alegría y nuestro gozo.

Señor, danos la salvación;

Señor, danos prosperidad.

El salmo es una acción de gracias de Israel por la victoria obtenida sobre las naciones enemigas, en que el rey experimenta el auxilio de la misericordia de Dios. Leído en clave cristiana, es el mismo Cristo que canta su triunfo sobre la muerte: “El Seño es mi fuerza y mi energía, él es mi salvación… No he de morir, viviré para contar las hazañas del Señor”. Y es el canto de la Iglesia que se alegra por la resurrección de Jesús: “Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría…”. Que nuestra oración en este tiempo sea ante todo gratitud y gozo, porque ha resucitado Cristo, nuestra esperanza: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”.

Pedir la valentía de la fe

En los Hechos de los Apóstoles, capítulo 4, los apóstoles viven la primera persecución después de la resurrección. Con ocasión de la curación de un paralítico y la posterior predicación ante el pueblo, son puestos en prisión y llevados ante el Sanedrín, quienes los amenazan y les prohíben anunciar el Nombre de Jesús. Los discípulos dan testimonio de su fe, expresando: “No podemos callar lo que hemos visto y oído”. Puestos en libertad, se reúnen con la comunidad y todos juntos oran con fuerte voz a Dios:

«Señor, tú hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos (…) Realmente se aliaron en esta ciudad Herodes y Poncio Pilato con las naciones paganas y el pueblo israelita, contra tu santo servidor Jesús, a quien tú has ungido. Así ellos cumplieron todo lo que tu poder y tu sabiduría habían determinado de antemano. Ahora, Señor, mira sus amenazas, y permite a tus servidores anunciar tu Palabra con valentía: extiende tu mano para que se realicen curaciones, signos y prodigios en el nombre de tu santo servidor Jesús” (Hch 4, 24-30)

El relato concluye diciendo que “cuando terminaron de orar, tembló el lugar donde estaban reunidos; todos quedaron llenos del Espíritu Santo y anunciaban decididamente la Palabra de Dios (4, 31).

Es una hermosa oración, porque no piden ser protegidos o liberados de las amenazas, ni tampoco piden algo contra sus enemigos. Piden ser valientes en el anuncio del Evangelio, lo que luego se hace realidad en la vida, gracias a la acción del Espíritu Santo en ellos. Una buena enseñanza para nuestra oración en Pascua: No quejarnos por lo que nos toca vivir ni por la cultura en que estamos, sino pedir ser valientes y generosos en nuestro testimonio cristiano.

 

«ORAR EN EL ESPÍRITU SANTO»

Por Gonzalo Gómez

Párroco de Santa Teresa de Los Andes

Vicario para la Educación

 

“Aunque no sabemos pedir como es debido, el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no se pueden expresar.  (Rom.8, 26) Con estas palabras el apóstol Pablo, escribiéndole a la comunidad de Roma, viene a recordarnos un elemento que es muy importante para comprender desde donde surge en nosotros el deseo, el empeño y la búsqueda de la oración.

Para los cristianos, la oración no es el fruto de un empeño puramente humano, no es sólo fruto de la voluntad; es ante todo, un regalo que surge y se ofrece, por la acción del Espíritu Santo, a nuestro corazón creyente. Sin duda, que está presente nuestra voluntad, nuestro deseo, pero aún esa voluntad y ese deseo es movido por el Espíritu que intercede por nosotros y que nos permite llamar a Dios Abbá, Padre. (Cfr. Rom. 8,15) “El Espíritu Santo actúa en nosotros; es el primer iniciador de la oración, para que nosotros podamos realmente hablar con Dios. Su presencia abre nuestra oración y nuestra vida, abre a los horizontes de la Trinidad y de la Iglesia”. Podríamos decir entonces, que cuando oramos lo hacemos en el Espíritu Santo.

Esto que hemos dicho, lo podemos ver muy claramente en el testimonio de oración que Jesús mismo nos da. Él siempre se dejó mover por la acción del Espíritu y su oración no estaba ajena a este estímulo.  “Al comienzo de su vida pública, después de su bautismo, fue conducido por el Espíritu Santo para prepararse a su misión y, con la oración y el ayuno, discernió la voluntad del Padre (DA). Toda acción, especialmente su oración, está acompañada y sostenida por la fuerza del Espíritu.

En Jesús la oración no es un simple ejercicio de meditación trascendental, de una búsqueda de sí mismo, sino espacio de comunicación y diálogo filial de amor con el Padre en el Espíritu Santo. En este diálogo Trinitario constante, mediado por la oración, se sostiene en Él, el deseo y el empeño por anunciar el Reino a los hombres.

Siguiendo el testimonio de Jesús, pertenece a la vida cristiana el empeño por la oración cotidiana como espacio de encuentro y diálogo con Aquel que sabemos nos ama incondicionalmente. Dejándonos encontrar por Él en la oración podremos, como Jesús, abrirnos a la misión y al encuentro con nuestros hermanos.   La oración cristiana, por ser obra del Espíritu Santo, no nos encierra en nosotros, sino que nos saca de nosotros para hacer de nosotros testigos de esperanza. En una palabra, «en el Espíritu Santo» nuestra oración llega a ser la oración de Jesucristo y, aunque siempre siga siendo nuestra, adquiere en Cristo carácter y contenido humano-divino, tiene el valor y la eficacia de la oración de Cristo, una oración que es misión.

Como nos decía el papa Benedicto XVI: “Abramos nuestra oración a la acción del Espíritu Santo para que clame en nosotros a Dios «¡Abba, Padre!» y para que nuestra oración cambie, para que convierta constantemente nuestro pensar, nuestro actuar, de modo que sea cada vez más conforme al del Hijo unigénito, Jesucristo.”

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