Hoy, 27 de mayo, el sacerdote y psicólogo español José Luis Ysern de Arce está cumpliendo 60 años de sacerdocio desde su ordenación en la Catedral de Chillán de la mano del obispo Eladio Vicuña. Seis décadas en las que no solo decidió con convicción echar raíces en Ñuble, sino que también trabajar por los pobres, los derechos humanos y la educación a través de su servicio en el Instituto Santa María y la Universidad del Bío-Bío.
¿Cómo lo ha pasado en este tiempo de pandemia en lo personal, como religioso y profesional?
Pensando mucho en la gente, especialmente en los más pobres. Procurando una actitud muy solidaria todos los días. Personalmente, se me pasan los días volando porque soy un apasionado por la lectura, entonces, estoy leyendo más que nunca en mi vida y eso me encanta, porque la lectura es una retroalimentación muy buena para luego preparar temas, charlas, etc. Además, y gracias a Dios, tengo un lindo jardín en esta casa sacerdotal, y siempre que puedo salgo a dar una caminata. También he aprendido a manejar un poco más este asunto de las redes por lo que no hay día en que me falte alguna charla, reunión, grupos de alumnos, ex alumnos de la Universidad a la que sigo muy vinculado; casi todos los días tengo actividades de tipo académico o alguna charla por zoom, y eso me alegra mucho porque me mantiene activo. Por lo tanto, se me pasa el día volando.
Además, retomó su afición por el micrófono con un microprograma los sábados en Radio El Sembrador…
Me gusta mucho, he permanecido vinculado a la radio desde que nació. En ese entonces estaba encargado de una charla diaria; ahora el director me ofreció la posibilidad, que le agradezco mucho, de una charla de unos 20 minutos todos los sábados; me gusta mucho la radio. Además, ten en cuenta que las radios han sido evaluadas con un alto porcentaje de confianza por la opinión pública en la última encuesta CEP. La charla de los sábados a la que te refieres es interactiva: mientras yo hablo la gente me ve y me oye, y aunque yo no veo a nadie, Gabriel Guzmán, que conduce ese programa, me va leyendo las preguntas. Eso me proporciona una interesante retroalimentación porque con esas preguntas preparo mi charla del sábado siguiente. Me Interesa mucho aprender a aprovechar estos medios que nos ofrece ahora la tecnología. Pienso también, como dijo el obispo P. Sergio a los trabajadores el 1 de mayo, que algunas de estas tecnologías van a permanecer cuando volvamos a la “normalidad”.
¿Qué enseñanza le ha dejado la pandemia?
Me ayuda a pensar mucho en el cambio que necesitamos, hemos vivido muy atropelladamente, no nos hemos respetado como debiéramos, hemos maltratado la naturaleza, entre nosotros en Chile mismo, ha habido un cambio hacia un trato menos amable, me da la impresión de que la epidemia esta nos puede ayudar a cambiar, a volver a lo esencial. Estos días me he acordado de la judía holandesa Etty Hillesum que murió gaseada en Auschwitz a los 29 años, pero dejó un diario increíble. Ella fue una mujer muy liberal durante sus estudios universitarios, con una vida no recomendable, pero experimentó un cambio profundo gracias a las vicisitudes que vivió cuando empezó la persecución nazi. Esto me ha hecho pensar en cómo nos debiera ayudar la pandemia para el cambio: ser más sencillos, más amables, más cercanos, que nos respetemos más, que seamos más humildes, más como quiere el Evangelio de Jesús. Siempre los momentos graves y difíciles (yo viví la Guerra Española y la Mundial) ayudan a que la gente reflexione y cambie. Tenemos que darnos cuenta de qué es lo necesario para vivir y que, sin amor, sin ternura, y sin arroparnos unos a otros no se puede vivir.
¿Qué recuerda de ese 27 de mayo de 1961?
Lo recuerdo con mucha alegría, vinieron mis padres de España, para mí fue una alegría muy grande, porque hacía dos años que no los veía. Yo había llegado a Chile en 1959 y terminé Teología en la Universidad Católica con un cambio de matrícula desde Salamanca. El verlos venir, el ver la importancia que ellos le daban a tener otro hijo sacerdote (mi hermano Juan Luis ya lo era) fue muy emotivo y no lo olvidé jamás. Tampoco olvido a don Eladio Vicuña, el obispo que me ordenó; él quería ver la Catedral repleta de gente, hizo propaganda, se valió de algunos elementos medio sentimentales -que hoy me producen risa- y le pedía a la gente apoyo para “este jovencito que viene de tan lejos y que hasta sus padres han llegado para acompañarle”. Y lo logró: repletó la Catedral. Recuerdo ese día con mucho cariño y a la vez me vuelve a resurgir la convicción que muy pronto había surgido en mí por la vocación misionera. Siempre estuve convencido de que si yo legaba a ser sacerdote no me quedaba en España. Mi familia era católica tradicional y se respiraba en ella un gran espíritu misionero, había en mis padres y hermanos gran admiración por la iglesia misionera. Los dos con mi hermano Juan Luis nos vinimos a Chile. Parece mentira que hayan pasado 60 años desde el día de mi ordenación.
¿Por qué decide quedarse en Chillán?
Cuando me vine, se firmó un contrato tripartito entre el obispo de Valencia, el de Chillán y la Santa Sede. Era por cinco años, pero al cabo de ese tiempo yo sabía que mi destino era quedarme aquí, por lo que viajé a España de vacaciones y pedí al arzobispo de Valencia cinco años más, y así en sucesivas ocasiones. Una vez uno de los arzobispos de Valencia, que recuerdo muy simpático, me dijo: “Mira, te he renovado el contrato para siempre y cuando quieras volver, me avisas”. ¡No he avisado todavía! Yo me quise quedar aquí para siempre. Ya sabes que cuando el año 2018 me enfermé tan gravemente durante las vacaciones en España yo quería que los médicos me dieran la posibilidad cuanto antes de venirme inmediatamente a Chile y aquí dejar mis huesos, y así fue: los cardiólogos de Valencia me prepararon bien y pude regresar. Solo me ausenté de Chillán en los períodos de estudios en Europa y durante los años de mi servicio en el Seminario de Concepción.
¿Qué es lo que más lo ha marcado durante estos sesenta años?
Yo creo que cualquier sacerdote de mi edad contestaría lo mismo: haber vivido día a día los aires renovadores que nos llegaban del Concilio Vaticano II. Decíamos: “el Concilio nos da la razón; la Iglesia necesita renovarse.” Y en el aspecto doloroso un impacto fuerte lo viví en la Vicaría de la solidaridad, apoyando a Raúl Manríquez en el acompañamiento a las mujeres de los detenidos desaparecidos. La cercanía a ellas me hizo vivir la experiencia del perdón: mujeres de corazón grande que buscaban la justicia sin ánimo alguno de venganza; siempre las recordaré con gratitud y cariño por todo lo que aprendí con ellas. Es el aprendizaje que he tenido siempre con las personas más necesitadas: uno puede creer que va a ayudar, pero en realidad el beneficiado es uno mismo. Hoy estoy aprendiendo cada día más con la gente tan linda del sector Los Volcanes, de las Comunidades Espíritu Santo y tantas otras.
¿Y lo mejor?
Yo creo que la perseverancia en algunos compromisos como el que he mantenido con el Colegio Instituto Santa María. Me ordené en mayo del 61 y el segundo semestre de ese mismo año ya estaba yo haciendo clases en el establecimiento. He permanecido de alguna manera vinculado al ISM hasta el día de hoy. Lo mismo con la Universidad del Bío-Bío: es una satisfacción gozosa por la cantidad de jóvenes que viven la relación amistosa con uno, no solo como profesor; también influye la amistad tierna que recibes cuando te llaman “Curi” con mucha simpatía. Solo Dios sabe cuánto he aprendido en esta universidad pública, con los colegas, funcionarios, empleados, secretarias, y desde luego con los estudiantes. Ha sido una linda experiencia de vida para mí la perseverancia en los compromisos. Una perseverancia donde aparece muy presente y viva la experiencia con el movimiento AUC: Asociación de Universitarios Católicos y el MPC, Movimiento de Profesionales Católicos. Siendo muy joven sacerdote se fundó la AUC en Chillán, y desde entonces hasta ahora he sido su asesor. Cuántas reuniones, cuántos campamentos, cuántas instancias de formación vividas con estos y estas jóvenes. Muchos de los jóvenes de AUC, al salir de la Universidad pasan a integrar las comunidades de profesionales, y ahí, ya adultos, mantienen la mística evangélica de renovar la sociedad para transformarla en un mundo más parecido al que Jesús quiere, donde impere la justicia y la verdad. Solo me resta dar gracias a Dios y a las personas que me rodean por esta vida en Chillán. Dar gracias y también pedir perdón; sí, pedir perdón a las personas a las que de alguna manera haya ofendido.