Por Sergio Pérez de Arce A., Obispo, para Diario Crónica Chillán
En el lenguaje católico, “laico” es el fiel cristiano que no es clérigo y que vive su misión en medio de los quehaceres del mundo. En términos sociológicos, en cambio, laico es algo aconfesional, con autonomía y prescindencia de lo religioso. Y en este sentido, podemos decir que la Navidad mayoritaria en nuestra cultura es laica, porque omite y se desprende de toda referencia religiosa. Es un grupo menor el que celebra el nacimiento de Jesús o, mejor dicho, el misterio de la encarnación del Hijo de Dios. Priman, más bien, los viejos pascueros, los regalos, las luces. Algo queda de los villancicos, que han sido reemplazados por los cantos de la “blanca navidad” (con 30 grados de calor), el papa Noel y otras Christmas songs.
¿Tiene valor esta Navidad laica? La tiene, cuando despierta algunos anhelos de paz y armonía; cuando nos hace encontrarnos con nuestros seres queridos y, al menos, pasar un momento agradable juntos; cuando nos hace más sensibles a los necesitados y se expresa un poco de bondad entre nosotros. Aunque no se diga explícitamente, todo eso es un reflejo de la bondad que Dios nos ha manifestado en su querido Hijo. Quizás en medio de las luces y los adornos, el ser humano aspira a algo más, pero ha olvidado que eso es precisamente lo que le ofrece el Dios que nace entre nosotros.
El gran peligro de la navidad laica es que nos puede dejar igual, encerrados en nuestro mundo: mi familia, mi consumo, mis planes, etc. Incluso si estas fechas son días de buenos sentimientos, puede importarme solo “mi paz”. La navidad auténtica, en cambio, nos descentra, porque nos pone en relación con Dios y con los demás. Porque es Dios quien sale a nuestro encuentro, quien ha venido a compartir nuestra vida y a acompañarnos en nuestra historia, precisamente porque la ha hecho suya al asumir nuestra carne. Nunca más a Dios le es ajeno lo humano, y nunca más el ser humano ha de comprenderse desprovisto de la gracia de Dios.
Por otra parte, al asumir el Hijo de Dios una condición humilde y pobre en Belén, nos recuerda cual es el camino y el lugar donde él se manifiesta y podemos reconocerlo: en los pobres de nuestra tierra. Esos pobres son hoy los inocentes que sufren las guerras, las masas de migrantes que golpean nuestras puertas buscando un mejor bienestar, las familias que viven en campamentos, los muchos ancianos que llevan solos el peso de sus años, los enfermos y tantos necesitados de afecto, de un pan y de ser reconocidos en su dignidad humana. Por eso la navidad, como todo el misterio cristiano, nos habla de don y de gracia, pero también de tarea y conversión, de caminos nuevos que tenemos que recorrer para un mundo más fraterno y justo. Pero, claro, no nos gusta mucho que nos llamen a la conversión. Es más rico entretenerse en el consumo y en los íntimos sentimientos armoniosos.