Columna de Opinion

Perdón por tanto dolor

Esta semana hemos sido impactados emocionalmente por las declaraciones de  Marcela Aranda, quien denuncia haber sufrido abusos de conciencia, sexuales y de poder por parte del sacerdote jesuita, ya fallecido, Renato Poblete.

Escuchar el relato es enfrentarnos a una realidad muchas veces perversa en la cual personas aparentemente dotadas de múltiples  bondades esconden tras de sí una serie de conductas aberrantes que demuestran un total desprecio por los seres humanos. Cada persona que ha vivido estos horrores ha tenido que “reinventarse” muchas veces a sí mismo, pues es tal el impacto sobre la percepción de sí, sobre su autoestima, su dignidad, que pudiéramos decir sin temor a exagerar que les ha sido arrebatada la mayor parte de las veces la vida misma, la alegría y en definitiva el sentido de la existencia.

Nadie puede ante tan grande ignominia quedar indiferente sobretodo si se declara cristiano. Esta realidad que atraviesa a nuestra sociedad es lamentablemente demasiado frecuente y en muchas ocasiones normalizada pensando sencillamente que el mal es parte del mundo. No podemos acostumbrarnos al abuso o al maltrato, o sencillamente bajarle el perfil porque nos resulta una realidad incómoda, difícil de asimilar.

Esta develación de parte de su historia tan dolorosa que hace Marcela, impacta también directamente la vida de quienes han sufrido de manera directa los abusos.

Nuevamente se agrandan los fantasmas y ese dolor que aloja en lo más íntimo del corazón sale a la superficie. A ustedes que sufren y que en silencio viven todo esto, sólo les puedo decir que a pesar de tanto horror es posible volver a sonreír y a sentirse libre. Que pedir ayuda y atreverse a enfrentar estos miedos es necesario para reconciliarse con ustedes mismos. En el abuso el único que nunca tuvo la culpa es el abusado, y es él quien merece estar al centro de nuestra fe porque él es el Cristo que sufre y ante el cual una y otra vez tendremos que pedir perdón de rodillas por dejarlos tan solos, por no haber sido capaces de cuidarlos, por no haberlos escuchado, por no haberlos visto sino que ignorados, por haber defendido las apariencias, por haber sido cómplices del silencio, por no haberle tendido la mano al Cristo que tanto decimos amar.

  Artículo por Sra. Paulina Benavente.


Patrimonio inmaterial

En el año 2003 la UNESCO llamó  a preservar el patrimonio  cultural inmaterial y esto se concretó en acuerdos que Chile adhirió y ratificó en los años 2008 y 2009.  Se entiende por patrimonio cultural inmaterial aquellas manifestaciones culturales que no son inmuebles ni estructuras físicas, sino modos, costumbres  o expresiones que un grupo o naciones las considera parte de su identidad, cultura y patrimonio. Entre esas expresiones están los ritos y las festividades que, sin nombrarlas,  hacen alusión a las creencias y expresiones religiosas, sin importar su denominación. Lo único que limita la consideración de patrimonio cultural inmaterial es que debe que ser algo que esté acorde con el respeto a la dignidad humana y sus derechos.

En Chile contamos con una gran riqueza de este tipo de patrimonio, desde las tradiciones orales de Rapa Nui, los dulces de La Ligua, la artesanía de Quinchamalí y otras, como los bailes chinos en la fiesta de La Tirana, la Fiesta de Cuasimodo,  los Fiscales de Chiloé que son, claramente, expresiones religiosas, aunque podríamos citar otros.

Ahora bien, cuando la sociedad cuida y promueve su patrimonio, reconoce su historia,  los valores diferentes y es capaz de agradecer aquello que recibe como herencia de sus ancestros. Y cuando se trata del  patrimonio cultural inmaterial adquiere mayor importancia, porque nos conecta con una realidad difícil de expresar  y cultivar, nos conecta con el espíritu humano.

Nuestra sociedad necesita conectarse y valorar algo propio y esencial a la condición humana, su condición espiritual. No hacerlo es reducirnos, peor aún, es desconocer valores como la belleza, las artes y la unidad. De hecho, la fealdad y la dispersión nos perturban e incomodan. De ahí el gran servicio que pueden entregar a la sociedad los grupos que transmiten el patrimonio inmaterial y, de modo especial, aquellos grupos que traspasan de generación en generación ritos y festividades que conectan con la trascendencia.

Cuando cada último domingo de mayo conmemoramos el Día del Patrimonio Cultural Nacional, no podemos olvidar lo que recibimos de nuestros padres y abuelos; lo más valioso no son las cosas, sino aquello inmaterial que nos conecta con lo divino y con la Fe.

 

 

 

Artículo por Luis Flores Quintana , sacerdote católico.


¿Dónde están las familias?

Hemos escuchado esta semana que un adolescente ingresó a su colegio y agredió con un arma de fuego a sus compañeros. También de los desórdenes que se producen en las afueras de algunos establecimientos educacionales donde se ven involucrados jóvenes lanzando bombas molotov o agrediendo a transeúntes, profesores y alumnos.

Por otra parte, el SENDA dio a conocer los resultados sobre consumo de drogas en jóvenes universitarios donde se da cuenta que el 50 %  de los jóvenes encuestados reconocen haber consumido alguna droga durante el último año y ya con anterioridad conocimos las cifras altas de consumo de alcohol y drogas en escolares.

Por estos antecedentes podemos suponer, sin miedo a equivocarnos, que algo está pasando con nuestros jóvenes que no logramos contenerlos, entenderlos ni acogerlos. Quienes trabajamos en diversas instancias con ellos nos damos cuenta en muchas ocasiones de una falta de motivación ante la vida misma. Fallan las herramientas en habilidades sociales, los canales de comunicación cada vez son más impersonales, pasan más horas frente a las pantallas que en interacción con otros, sienten que las exigencias académicas son en ocasiones desmedidas, se sienten solos y muchas veces están de  verdad muy solos, etc. Ante esto me surge de manera espontánea la pregunta y dónde está la familia?

Nos escudamos tras la frase de que la calidad del tiempo es más importante que la cantidad, pero al final esto ha resultado como un atenuador de culpa, pues es imposible tener calidad en los vínculos y relaciones sin cantidad. Dónde estamos los padres? La mayor parte de las veces muy ocupados, produciendo para poder costear esta vida que hemos llenado de necesidades excluyendo la más básica de todas que es el contacto diario, el cariño presencial, el escuchar, el acoger y el acompañar. Cuantos niños llegan a sus casas y están solos. Cuántos adolescentes no asisten al colegio y los papás ni nos enteramos Algo está pasando y estos jóvenes necesitan de sus padres, qué vamos a hacer? Esperar políticas que fomenten y favorezcan la vida familiar? Es ahora el momento, no hay tiempo para esperar. Hay una pega que es nuestra y no la podemos delegar, parece que esta desmotivación no sólo es de ahora sino que está contenida en varias generaciones que no hemos sabido jerarquizar lo más importante en la vida dejando de lado lo humano, deslumbrándonos con el consumo y al final este estilo de vida pareciera que nos está consumiendo.

  Artículo por Sra. Paulina Benavente


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