Hace algunos días llegó a la Diócesis de Chillán un nuevo sacerdote. Se trata del padre Eduardo Torres González, quien es mexicano. Se ordenó sacerdote hace un año y nueve meses en su Diócesis de Cuernavaca y aceptó hace algún tiempo venir a Chillán para continuar su misión.
En Ñuble, fue recibido por el administrador diocesano, padre Patricio Fuentes Benavides; y ya tuvo la oportunidad de compartir con el resto del presbiterio, el que lo recibió con los brazos abiertos y agradecidos por haber aceptado la invitación de venir a Chillán. Por lo pronto, servirá en la Parroquia de El Carmen.
Hace unos meses y cuando el padre Sergio Pérez de Arce aún era obispo de Chillán, hubo un acercamiento entre él y el obispo Ramón Castro de Cuernavaca. El padre Sergio le hizo ver la necesidad de sacerdotes en nuestra Diócesis, dentro de un encuentro que ambos sostuvieron en la calidad de secretarios de las conferencias episcopales de Chile y México.
Así lo recuerda el padre Eduardo. “El obispo Ramón, conversó con el presbiterio de Cuernavaca e invitó a quien quisiera venir a Chile. Curiosamente, yo no estaba en esa reunión, pero Dios llama de distintas formas. Le dije a don Ramón que yo era obediente y donde quisiera que estuviera, iba a servir. Me hacía ilusión colaborar con Chillán. El obispo agradeció mi disposición y seis meses más tarde me pidió que empezara a realizar los trámites. Le compartí la decisión a mi familia, la cual estuvo de acuerdo. Primer me agradeció la disposición y seis meses después me dijo por mensaje que preparara mis trámites. En un comienzo, pensé que íbamos a ser más sacerdotes lo que viajaríamos, pero finalmente solo lo hice yo. Eso no me desanimó”, explicó.
Durante el tiempo en que el padre Eduardo sacaba la residencia por dos años en Chile, nunca dejo de comunicarse con el obispo Sergio y el padre Patricio en Chillán. Juntos analizaban el curso de los trámites, hasta que llegó la residencia temporal y el padre Eduardo sacó boletos para Chile.
Inicios
El padre Eduardo es ingeniero de profesión y desde pequeño se involucró con la vida católica primero desde el seno familiar, y luego desde la misión. “Mi vocación no está marcada por un punto culmen donde yo diga, bajó un ángel, o la Virgen me habló. Dios siempre nos habla en lo cotidiano; soy de una familia católica, iba a misas, a veces me dormía, a veces no. Pero lo que me marcó fue que teníamos un grupo de jóvenes y me gustaba participar de él. Hicimos muchas misiones en Semana Santa y eso sí me gustaba demasiado. Con el tiempo fui creciendo y como no hubo nadie que organizara las misiones en las posadas y pastorelas, las comencé a organizar yo y no solo en Semana Santa, sino que en otras fechas significativas como Navidad. Luego en vacaciones entre junio y julio y así fue creciendo”.
Luego, el padre Eduardo ingresó a la universidad para estudiar ingeniería. “Yo estaba en la universidad y veía que todos llegaban a los laboratorios muy contentos; yo sentía que lo pasaba bien, pero donde me sentía pleno era en la misión. Me empecé a cuestionar si quería seguir estudiando y comencé a platicar con mi director espiritual para ser sacerdote, no quería no intentarlo y decidí terminar la universidad, entrar al seminario con la convicción de que, si me daba cuenta que no era lo mío, daría un paso al costado sin remordimientos cuando sea viejo. Dios me fue guiando en muchas casualidades, en muchas personas, en lo cotidiano me fue hablando”.
“Creo que lo más difícil de esa época en el Seminario fueron los estudios que se volvieron en algún minuto complejos, sobre todo filosofía. Pero en el Seminario me dieron muchas herramientas. Otra de las dificultades que uno va encontrando en el camino es la propia humanidad de uno, que a veces tiene que luchar con cosas tan cotidianas como la pereza, el cansancio, la desidia, porque al final somos humanos”, refiere.
Sobre lo que ha conocido de la Diócesis de Chillán, lo que más le impresionó es el tamaño. “Es chiquita. El otro día tuve la oportunidad de conocer al presbiterio y algunos me decían que de sus parroquias estaban a 70 kilómetros de Chillán y eso es muy cerca. En Cuernavaca, la más cercana a la Diócesis está a dos horas y media. Entonces también me ilusiona eso porque sé que podré conocerlos a todos y tener la oportunidad de vivir en fraternidad. Yo no traigo expectativas porque vengo dispuesto a aprender y dar lo mejor de mí”, expresó.