Por padre Sergio Pérez de Arce para Diario Crónica Chillán.
Este es el grito que le dirigen los apóstoles a Jesús (Lc 17, 5), al darse cuenta de que es difícil perdonar y seguir a su Maestro. Y es también nuestro grito, cuando constatamos nuestra dificultad para ser cristianos y vivir en consecuencia. “¡Auméntanos la fe!”, le decimos también nosotros a Jesús.
Jesús nos responde, pero no en la línea de lo que le pedimos. Nos dice que no se trata de una cuestión cuantitativa: “Si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, le dirían a este árbol: ¡Arráncate de raíz y plántate en el mar!, y él les obedecería”. No se trata de tener más cantidad de fe, más kilos de fe, pues en realidad basta una pizca de fe. Lo que importa es que esa fe sea generosa e infunda dinamismo evangélico en nuestra vida, pues si no es así, no sirve. Y aquí radica nuestra dificultad, porque habitualmente hacemos muy poco por nuestra fe y el don que Dios nos hace se va perdiendo y volviendo insignificante. Creemos que una vez recibida, la fe funciona sola, y no es así. ¿Cómo mantenerla, entonces, viva y creativa?
La fe se mantiene viva cuando se alimenta de la palabra de Dios. Nuestra fe nació porque recibimos el Mensaje de Cristo y lo acogimos como una Buena Noticia. Para que se mantenga despierta, necesitamos seguir escuchando al Señor y dejar que esa Palabra sea siempre luz para nuestra vida y alegría del corazón.
La fe se mantiene viva cuando buscamos el encuentro con Dios mediante la oración. Orar no es tanto repetir oraciones, sino entrar en un diálogo de amistad con Dios. Para ello necesitamos “entrar en el propio cuarto”, en el propio ser, donde el Señor nos habita, y vivir desde ese encuentro nuestros miedos y dudas, nuestros afanes de cada día, nuestras alegrías y sueños.
La fe se alimenta de los sacramentos, que están lejos de ser acciones rutinarias, pues son signos vivos del Señor mediante los cuales nos transmite su cercanía y ternura. Sobre todo la Eucaristía, presencia sacramental del Resucitado, que se nos ofrece como pan de vida y alimento de salvación en nuestro peregrinar histórico.
La fe se vuelve vital cuando se vive según la fe, es decir, cuando se practica y se hace operante por el amor. Cuando la dejamos de practicar, la fe va perdiendo su sentido, como todo aquello que vamos relegando al olvido. Especialmente si nos volvemos indiferentes a los que sufren y los más desvalidos, en quienes Cristo nos sale al encuentro para que nuestra fe se exprese en obras.
Por tanto, más que gritar a Jesús: “Auméntanos la fe”, pidámosle el coraje y la perseverancia para vivir una fe viva y vigilante. El Papa Francisco nos dice que “el bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistadas cada día” (Fratelli Tutti N° 11). También sucede con la fe, que ha de ser renovada constantemente para que no muera.