Por Luis Flores Quintana.
Ayer se retomó la peregrinación de los jóvenes a la tumba de una mujer joven, que la iglesia católica, en Chile, la reconoce como la primera santa. Se interrumpió el 18 de octubre hace 3 años y se retoma ahora, después de la pandemia. Aunque surgió, hace más de 30 años atrás, como una actividad para jóvenes de la Iglesia en Santiago, rápidamente superó fronteras y, actualmente, convoca a jóvenes y adultos de todo Chile y, también, de países vecinos. No podemos cerrar los ojos cuando miles de jóvenes se desplazan hacia Los Andes y desde la cuesta de Chacabuco caminan casi 30 km. ¿Qué nos dicen esos caminantes?
Juana Fernández Solar así se llamaba la joven que hoy atrae a los jóvenes caminantes, nació en 1900 y murió en 1920. Era la época en que Chile vivía el ciclo del salitre, para la elección del presidente de la República los electores no llegaba al 10% de la población, la esperanza de vida se situaba entre los 30 y 40 años, era más fácil morir que nacer y, la mayoría de los habitantes no sabía leer ni tampoco conocía un lugar diferente al que había nacido. En ese contexto, una joven emerge como modelo y hoy concita tanta atracción que se peregrina a su santuario. Se le conoce como Teresa de los Andes.
Cien años más tarde la realidad del país es muy diferente. Los jóvenes son más visibles, tienen muchas oportunidades y los hacemos depositarios de las expectativas y fracasos de la sociedad. Se les expone como el rostro de la delincuencia y, al mismo tiempo de la esperanza. Las tecnologías los han alejado de las generaciones anteriores provocando un abismo que dificulta el traspaso cultural y una misma cosmovisión. Todas las instituciones históricas tienen dificultades para atraer y cautivar jóvenes, se trate de voluntariados, uniformados o las iglesias. Los adultos los consideramos, inmaduros, desorientados y no logramos comprenderlos. Ellos mismos parecen sentir incomodidad en un mundo que no les convence y que sienten que se les entrega irresponsablemente en peligro de destrucción.
Una mirada serena sin prejuicios generacionales, ideológicos o religiosos nos ayuda a descubrir el aporte de las nuevas generaciones y tiene que cuestionar a las generaciones mayores la lejanía y la incomprensión. La sociedad no se construye ni se desarrolla fragmentada, acusándose mutuamente. La sabiduría, la reflexión, la energía o la creatividad no son monopolio de un grupo generacional. Una joven que, con las decisiones de su vida, atrae y moviliza a otros jóvenes después, de 100 años es un ejemplo para que todos nos preguntemos cómo vivimos y qué dejaremos a las generaciones venideras.
Excelente artículo.
A los jóvenes hay que guiarlos con amor y comprenderlos. Tienen mucho que aportar, sólo que están desorientados e insertos en una sociedad individualista y deshumanizada.
Felicitaciones a los jóvenes que se unieron a esta peregrinación ; que el Señor los bendiga y que no pierdan la Esperanza de un mundo mejor.