Por Sergio Pérez de Arce, obispo, para Diario Crónica Chillán.
Algunos dudan del sentido cristiano del árbol de Navidad, en parte porque ha “opacado” al pesebre. Pero hay que decir que sí tiene (o puede tener) un significado de orden religioso, pues nos habla de vida, y en la Navidad Dios en su Hijo nos regala la Vida. La luz en la cúspide del árbol y las otras luces en sus ramas, nos recuerdan, por otra parte, que Jesús viene a iluminar nuestras tinieblas y alumbrar con su amor tantos dolores y oscuridades. Por tanto, el árbol puede coexistir con el pesebre, como de hecho lo hace hasta en el mismo Vaticano.
El problema es que el árbol ha sido “raptado” por el espíritu comercial de la Navidad, y está allí en las tiendas y plazas, junto a los regalos y el viejo pascuero, como símbolo de una vaga Navidad donde Dios no está presente. Así se acentúa otra característica de la Navidad actual: los símbolos evangélicos casi no aparecen, por un mal entendido laicismo que cree que hay que sacar toda referencia religiosa de lo público. Hemos llegado a una situación insólita: le damos gran relevancia social a la Navidad, pero casi sin referencia a Aquel que es la fuente y el origen de aquello que celebramos. Las autoridades están dispuestas a poner en edificios y plazas múltiples banderas y signos de las más diversas causas, sobre si hay un grupo de presión que da votos, pero no hay lugar para tradiciones tan propias de nuestra cultura cristiana.
Aquí es cuando tiene importancia fomentar el pesebre, no solo en nuestras casas, sino también en espacios de trabajo, hospitales y otros lugares de encuentro de la comunidad. El belén es un signo maravilloso de nuestra fe, que nos asombra y conmueve, porque nos muestra de manera sencilla la ternura de Dios. Pero el pesebre también nos recuerda que el Hijo de Dios eligió para sí la humildad y la pobreza como camino de encarnación. Sus discípulos estamos llamados a seguirlo por ese camino, saliendo a su encuentro en los más pequeños y necesitados de nuestros hermanos. El sentimiento ante el pesebre es doble: una gran alegría ante la cercanía y el abajamiento de nuestro Dios, y un gran llamado a ser acogedores con los demás, sobre todo con quienes hoy no encuentran posada en nuestro mundo indiferente.
El pesebre no es, por tanto, un mero signo material o un simple adorno. Es una representación de la escena esencial de la Navidad, que nos invita a hacer un profundo movimiento espiritual para darle un mejor lugar a Dios y a nuestros hermanos en nuestra vida. Ojalá armemos el pesebre y oremos junto a él, atreviéndonos a transitar el hermoso camino de plenitud al que Jesús nos llama. Será el mejor regalo que recibiremos, más hondo y permanente que el que nos hace el superficial viejo pascuero.