Por padre Sergio Pérez de Arce para Diario Crónica Chillán.
Este miércoles 22 comienza la Cuaresma. Parece pronto, muchos todavía están en vacaciones, pero hay que partir, conscientes de que se trata ante todo de un tiempo de gracia: “¡Ahora es el momento oportuno, ahora es el día de la salvación!”, nos dice san Pablo. Y quizás aquí está el primer cambio que tenemos que hacer: mirar la Cuaresma no solo como un tiempo penitencial o de sacrificio, sino como una invitación a prepararnos para la Pascua, para renovar en nosotros la gracia del Resucitado, que llena de luz nuestra existencia.
El centro de nuestra fe es el misterio pascual, es decir, la muerte y resurrección del Señor. La muerte es un hecho doloroso, pero Cristo la ha vencido, y con ella ha vencido el pecado y la injusticia del mundo. Cristo resucita y nos hace participar también a nosotros de su vida nueva: “Así como Cristo resucitó de la muerte por la acción gloriosa del Padre, también nosotros llevemos una vida nueva” (Rom 6, 4). Todo esto nos viene como regalo en el bautismo, que nos injerta en Cristo y en su vida sobreabundante, y es este bautismo el que renovamos cada año en la Pascua. Para esto nos preparamos, para renovar en nosotros la gracia de Dios, y tenemos que cuidar que este regalo no caiga en saco roto: “los exhortamos a no recibir en vano la gracia de Dios” (2 Co 6, 1). Aquí está nuestra parte en la Cuaresma, disponernos y emprender el camino siempre desafiante de la conversión. Porque, ¿quién podría decir que no tiene nada que mejorar o cambiar? ¿Quién podría decir que en su vida cristiana ya ha llegado a la meta?
La Palabra de Dios nos propone las prácticas cuaresmales de la oración, el ayuno y la limosna o caridad, pero no hay que ser muy rebuscados para concretizar todo esto. Se trata de vivir con más entrega y decisión aquello que es esencial en nuestro camino de fe: la oración, la solidaridad, la búsqueda de Dios, la escucha de su Palabra, el servicio generoso para edificar una sociedad más fraterna. La Cuaresma no es algo que nos separe de nuestra vida ordinaria, sino que es poner nuestra vida en la lógica de Jesús y de su evangelio.
Algunos propósitos específicos siempre vienen bien: ¿Orar con más perseverancia? ¿Escuchar más a Dios en su Palabra? ¿Acercarme a alguien con quien estoy distante? ¿Apoyar a una familia afectada por los incendios u otras tragedias? ¿Aportar con generosidad en la campaña cuaresma de fraternidad? ¿Retomar la eucaristía?, etc. Pero lo fundamental es darnos cuenta, una vez más, que necesitamos al Señor y que la auténtica Cuaresma es sobre todo dar un paso hacia Jesús: “Éste es el momento para decirle a Jesucristo: Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores” (Papa Francisco, EG 3).