Por obispo Sergio Pérez de Arce para Diario Crónica Chillán.
En medio de los incendios, el presidente Boric planteó la necesidad de hacer una discusión a largo plazo sobre la regulación de la industria forestal, aunque aclaró que en ese momento la urgencia era combatir el fuego. A los empresarios no les gustó, dijeron que no era el momento de discutir esos temas, que era improcedente. La Sofofa incluso sacó una declaración pública. A mí esa reacción empresarial me pareció inaudita y defensiva, pues si hay un momento para plantear temas de fondo, es cuando las tragedias suceden. A nadie se le ocurriría criticar que en Turquía, a propósito del terremoto y aun en medio de las labores de rescate, se haya levantado una indispensable discusión sobre las normas de edificación y su regulación.
No hay que ser experto para darse cuenta de que en nuestra región y otras zonas, han crecido explosivamente enormes plantaciones de bosques de pino y eucalipto en los últimos 50 años. Desde mediados de los 70 se favoreció este crecimiento inorgánico e insuficientemente planificado, a la par que se despoblaban nuestros campos. Es frecuente escuchar a campesinos que cuentan que su actividad agrícola ya no les era rentable y optaron por vender sus tierras, donde se plantaron bosques. Es frecuente también escuchar sobre la escasez de agua, en parte por el sobreconsumo hídrico que suponen los monocultivos. No deja de impresionar que en nuestro Ñuble muchos sectores tengan que ser abastecidos de agua a través de camiones aljibes.
Algunos se molestan o se asustan cuando oyen hablar de regulación, creen que es desconfiar de la empresa privada, pero el acento debe estar en enfrentar juntos los problemas de nuestra sociedad y procurar el bien común. En la empresa forestal no solo hay pequeños o medianos propietarios, sino algunas de las empresas más ricas del país (CMPC, Arauco). Se agradece que en la emergencia de los incendios colaboren con sus recursos y su capacidad logística, pero es lo mínimo que pueden hacer, para cuidarse ellos mismos y ser responsables con el resto de la comunidad. Es el compromiso que supone ser dueños de grandes extensiones de bosques que, cada verano, se pueden transformar en un tremendo material combustible, con gran repercusión sobre nuestras vidas.
Hay mucho por hacer, no en un año, sino en el mediano y largo plazo. No solo combatir el delito de la intencionalidad y mejorar los recursos para luchar contra los incendios, sino planificar mejor y corregir el uso de los territorios, por ejemplo, con bosques más separados de zonas pobladas, de rutas y tendidos eléctricos. También un apoyo más constante para las poblaciones cercanas a los bosques. Que nuestras autoridades, parlamentarios y la empresa forestal, no olviden discutir sobre la regulación ahora que la emergencia ha pasado, pues los grandes incendios seguirán siendo una amenaza cada verano.