Por Sergio Pérez de Arce para Diario La Discusión de Chillán.
Era un 13 de marzo de 2013. Recién elegido Papa, en el balcón de la Basílica San Pedro, Francisco se inclinó y pidió al pueblo que lo bendijera. Era el primero de tantos gestos que han hablado más que muchas palabras: abrazos a personas sufrientes, acogida de víctimas de abuso, besos en los pies a líderes políticos pidiéndoles la paz, bendiciones de niños. No es que no haya habido antes gestos importantes en algún Papa, pero en este caso ha sido una constante de expresiones que muestran uno de los ejes de Francisco: testimoniar una Iglesia misericordiosa.
Esta misericordia que ha de mostrar la Iglesia es la misericordia de Dios, que debe brindar a todos como una madre de corazón abierto. Para ello, la Iglesia debe vivir una conversión misionera y pastoral, que le permita ofrecer a todos la bondad de Jesucristo: “Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo”, dice el Papa, con lo cual se revela otro eje de su propuesta evangelizadora: ser una Iglesia en salida, que se esfuerza por llegar a las periferias existenciales de los seres humanos: “prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades” (EG 49)
Una de las transformaciones más importantes que la Iglesia debe hacer es cómo se viven en ella el poder y las relaciones humanas. La triste y vergonzosa realidad de los abusos sexuales cometidos en contexto eclesial, es para el Papa, ante todo, un problema con el manejo del poder. Por eso aquí descubrimos un tercer eje de lo que nos ha transmitido Francisco: la Iglesia como comunidad de bautizados, como pueblo de Dios, todo él ungido por el Espíritu Santo, donde todos somos corresponsables de su misión, desde la legítima diversidad de ministerios y funciones. A partir de esta comprensión, nos ha llamado a edificar una Iglesia sinodal, donde caminamos juntos, convocándonos incluso a un Sínodo sobre la sinodalidad, actualmente en desarrollo en sus etapas preparatorias. Caminar en la sinodalidad es lo que Dios espera de su Iglesia en el tercer milenio, nos ha dicho Francisco.
Pero el Papa ha estado lejos de preocuparse solo por la Iglesia. Su preocupación por la paz, la justicia, los migrantes, los pobres, y su voz fuerte por el cuidado de la casa común y la fraternidad universal, han quedado permanentemente de manifiesto. Uno de los momentos más impactantes ha sido su oración en solitario en la plaza san Pedro, en plena pandemia, y su insistencia en que no nos salvamos solos. Sus Encíclicas Laudato si y Fratelli Tutti han plasmado muy lúcidamente esta solidaridad con la humanidad.
En medio de un tiempo difícil para la Iglesia, Dios ha querido que ella sea conducida por este Papa muy oportuno para el momento histórico que estamos viviendo. Un Papa, por lo demás, muy humano, que también se ha equivocado, como lo hizo en su visita a Chile en el primer abordaje de las situaciones de abuso. Pero que ha sabido rectificar, pedir perdón, y alentar una lucha clara por una cultura del cuidado.
Con los creyentes, oramos por Francisco, como él mismo tantas veces nos lo ha pedido. Y con todos, apreciamos su voz valiente en nuestro mundo, un don para la humanidad.