Por obispo Sergio Pérez de Arce, para Diario Crónica Chillán.
Impacto ha causado el robo con violencia perpetrado hace unos días contra un convento en Santiago. Los delincuentes entraron por el techo y ataron y amenazaron con cuchillos a dos religiosas. Es uno de los tantos delitos de estos tiempos, que también afectan al mundo de las iglesias. Esta semana un hombre entró a una capilla en la población Juan XXIII, en Chillán, y destruyó imágenes religiosas y profanó el Sagrario. Semanas antes, en el templo parroquial de la Población Purén, ladrones rompieron ventanas, se llevaron objetos valiosos y desparramaron las hostias consagradas. La casa de sacerdotes mayores en Chillán ha sufrido más de un robo y la capilla del Monasterio de las Sacramentinas, en Chillán Viejo, ha reemplazado sus rejas bajas por rejas altas de fierro, para la seguridad de las monjas mientras hacen su adoración. Son varios los lugares pastorales en nuestra diócesis que han sufrido robos y destrozos en el último año.
Es evidente que el mundo religioso no ha estado exento de lo que están viviendo tantos chilenos, y que nos tiene asombrados y temerosos sobre todo por el nivel de violencia con que se realizan los delitos. Alguien dirá “ni las monjitas se salvan”, para destacar que ya no hay respeto ni siquiera por “lo sagrado”, pero la verdad es que hace tiempo se ha perdido el respeto por lo más sagrado de nuestro mundo: la vida humana, y el derecho y la necesidad que tenemos de vivir en un ambiente de paz y de sana convivencia.
Creo que nadie tiene la “varita mágica” para dar un vuelco en este tema en el corto plazo. Unos culpan al gobierno, a los jueces, a las policías o a quien sea, como creyendo que bastaría más decisión para hacer cosas que supuestamente hoy no se hacen, para cambiar la situación. Otros buscan protagonismo con emplazamientos públicos rimbombantes, para mostrar que ellos sí están preocupados del tema, no como sus adversarios políticos. La autoridad anuncia reiteradamente nuevas medidas y nuevas querellas, para mostrar que está haciendo la pega. Pero la verdad es que el tema nos sobrepasa como sociedad y muestra la fragilidad del Estado para combatir el mundo del crimen, que se ha sofisticado y ampliado como un cáncer que nos está haciendo mucho daño. El único camino posible es trabajar con perseverancia, unidos todos los organismos del Estado, mejorando la eficiencia, destinando paulatinamente más recursos, y proponiéndose no sacar ganancias pequeñas de un problema social tan serio. Y no dejar solas a las víctimas, que necesitan que no pasemos de largo ante su dolor.
Un problema de fondo que tenemos que abordar: Hace tiempo que nos hemos acostumbrado a traspasar los límites en los más diversos ámbitos: en la convivencia, el cumplimiento de las normas, el uso de las redes, etc., simplemente porque la propia subjetividad y la búsqueda del beneficio propio así lo dicta. Aquí hay un problema cultural y moral que nos tiene como nos tiene. ¿No hay aquí algo que cada uno tiene que empezar a cambiar?