Por Hna. Marta García, para Diario Crónica Chillán.
Internacionalmente el 8 de mayo, aquí en Chile el segundo domingo del mes de mayo, y en las diferentes latitudes del mundo, la fecha se va adaptando, quizás por razones culturales, económicas, o de otra índole, pero en todo lugar de la tierra hay un día en el que homenajeamos a las madres.
Por su esfuerzo, dedicación, entrega, sacrificio, por habernos dado la vida, son merecedoras, como mínimo de un día para ellas, aunque ojalá que fueran muchos más, o todos. Están bien los regalos, las flores, y todo cuanto sea expresión de nuestro cariño, pero que sea eso, expresión de un amor agradecido por cuanto hemos recibido de ellas, empezando por la vida biológica, y afectiva… Aprovecho la ocasión para recordar que estamos en pandemia, que aunque queramos comprar un regalito, quizás por este año, una vez más, el mejor detalle sea mantenernos sanos y cuidarlas, estando en casa.
Lo triste de todo esto es que no siempre han sido historias brillantes, muchas madres, mujeres, han sufrido, incluso hasta perder la vida por compañeros, o por sociedades, que se han creído con el derecho de estar por encima, dueños y señores. Y sin embargo, desde el inicio, la Palabra de Dios, inspiradora y creadora del ser humano como hombre y mujer, lo soñó diferente. Nos dice el Génesis, que ante la soledad del primer hombre, Dios buscó darle alguien igual a él, carne de su carne, insuflados por el mismo Espíritu divino… sacada de una costilla para ser su compañera, para estar a su lado, para caminar codo con codo, no delante ni detrás, a la par.
Y a la par, es a la par, y eso es válido también para nosotras mujeres, no se vencen errores del pasado, ni se hace justicia cuando hay alguien que pierde, cuando la víctima pasa a ser verdugo. Se conquista el sueño de Dios, cuando caminamos de la mano para sostenernos mutuamente, sin zancadillas, sino buscando que el otro crezca, que brille. Bien es cierto que cuando se hace una herida a una persona, pasan años hasta que se sana, entonces ¿Cuánto habrá de pasar para sanar las heridas de un pueblo o de todo un género a lo largo de toda la historia?
Mujeres y hombres, somos los unos para los otros, viajeros de un mismo tren, un tren que no llegará a destino, si cada uno no pone lo suyo, ya sean sus capacidades o dones personales, como los que derivan de su esencia femenina o masculina. Para ello es necesario que nos miremos a los ojos, que entablemos un diálogo sincero, pasando por la superación de los miedos y prejuicios propios, para llegar a escuchar con el corazón al otro o la otra que tenemos enfrente. Somos el primer prójimo, los que convivimos juntos en el ámbito familiar, también entre los amigos o en las relaciones laborales, y nuestro prójimo ha de ser amado para poder construir la felicidad de todos.
Con esa base, o desde ese punto de partida, podemos seguir amándonos, también con ese amor político del que nos habla el Papa Francisco en su última encíclica Frattelli Tutti, un amor que es excelente porque hace el bien a muchos, nace de la vocación de servicio al pueblo a través de la política. Y ese amor será el que sea capaz de luchar para terminar con las diferencias en el ámbito laboral, será el que no se demore en sacar adelante una ley de emergencia posnatal, que permite que las madres, puedan ejercer el cuidado de los más pequeños cuando éstos más las necesitan.
Caminar así, supone un acto de crecimiento personal y social, una evolución humana hacia la plenitud y la felicidad, hacia la construcción definitiva del reino de Dios. Una vez más, como en tantos otros aspectos de la vida, cada uno habrá de llevar adelante su propio proceso dejándose acompañar por la Palabra de Dios que lo interpela desde los hermanos, desde la realidad del mundo. Será un ejercicio de sinceridad, quizás de descubrimiento personal y de liberación, y ése es uno de los aspectos centrales del Reino y del programa de Jesús, liberar lo que oprime el corazón del ser humano.