Por padre Sergio Pérez de Arce, obispo de Chillán, para Diario La Discusión de Chillán.
En los últimos años ha ido creciendo la conciencia del respeto y cuidado que merecen los animales. Una prueba de ello es el surgimiento de nuevas leyes y, actualmente, la presentación de diversas iniciativas de norma a la Convención Constituyente que buscan considerar a los animales como seres sintientes, luchando contra su maltrato.
Desde una visión cristiana, toda criatura es objeto de la ternura de Dios, que le ha dado un lugar en el mundo. “Y Dios vio que era bueno”, se expresa en el relato del Génesis cuando Dios crea el universo y los diversos seres vivientes. Y aunque la concepción bíblica evita atribuir un carácter divino a la naturaleza y a cualquier criatura, se preocupa en insistir en que los seres vivos no pueden quedar sometidos a la arbitraria dominación humana. Aunque solo el ser humano recibe al ser creado un “soplo divino” (Gn 2,7), eso no le da derecho a un dominio despótico sobre las demás creaturas. Él debe orientar y limitar su poder cuando se relaciona con el resto de la Creación, pues forma con ella una especie de familia universal a la que está unida y debe cuidar. “El hombre debe respetar la bondad propia de cada creatura para evitar un uso desordenado de las cosas”, dice el Catecismo de la Iglesia Católica (N° 339).
El problema no está, entonces, en promover el cuidado de los animales, sino en el hecho de que, mientras se avanza en este aspecto, a menudo se retrocede en ámbitos que son todavía más esenciales, porque tocan la dignidad de la persona humana. Así, nuestro mundo se contradice cuando cuida con esmero a los animales y no lucha con más fuerza por los miles de niños y niñas que viven situaciones de hambre, guerras y violencias. Se contradice también cuando se espanta, con razón, del maltrato animal mientras desconsidera del todo la dignidad de la criatura humana que está por nacer, promoviendo y aprobando leyes de aborto libre. Se pierde una esencial jerarquía de valores.
En este marco hay que situar las palabras del Papa sobre los hijos, expresadas recientemente: “Hoy vemos una forma de egoísmo. Vemos que algunos no quieren tener hijos. A veces tienen uno y ya, pero en cambio tienen perros y gatos que ocupan ese lugar”. Es verdad que hay razones que dificultan hoy la maternidad/paternidad, por lo que los Estados deben instaurar políticas que la incentiven, pero en el centro del “no a los hijos” hay una sobrevaloración de la autonomía personal y de una vida que se quiere vivir sin cargas ni responsabilidades (salvo las que promueven el propio desarrollo), y una dificultad para comprender la vida como una misión y una contribución al bien común, que es el bien de todos.
La fe cristiana nos invita a una mirada integral e integradora de la vida y la sociedad, donde junto con cuidar la naturaleza y a todas las criaturas, hemos de combatir la pobreza y devolver la dignidad a los excluidos. Una “causa animalista” desconectada de esta mirada integral cae en excesos, así como una sobrevaloración de la autonomía personal olvidando nuestras responsabilidades sociales, nos vuelve individualistas. “Para el creyente, el mundo no se contempla desde fuera, sino desde dentro, reconociendo los lazos con los que el Padre nos ha unido a todos los seres” (Papa Francisco, Laudato si N° 220).