Por Guillermo Stevens, para Diario Crónica Chillan.
Días atrás dirigentes estudiantiles del Instituto Nacional, el tradicional liceo santiaguino, comunicaban a la opinión pública que habían decidido deponer la toma del establecimiento, porque había escapado de los objetivos que se habían impuesto en esa acción. Los desmanes que estaban provocando algunos estudiantes, “ponían en peligro la seguridad de la misma” lo que distorsionaba “totalmente la finalidad de la toma y no hacía más que ensuciar las movilizaciones de la comunidad entera», agregando que la entrega del establecimiento «en ningún caso significa un acto de rendición» y que “la semana de toma fue fructífera y que los acuerdos logrados fueron satisfactorios». Por su parte el encargado de educación de la municipalidad a cargo, expresaba “… que hay daños, que por lo que narran los estudiantes podrían no ser tan grandes, pero lo importante de lo que señalan es que son hechos de violencia que de alguna manera son contra los mismos estudiantes que están movilizados. Es más que el hecho puntual de las cosas materiales, que ciertamente son importantes, sobre todo si estamos pidiendo mejoras a la educación pública».
Es notable la situación narrada con palabras de sus protagonistas, en que se naturaliza un hecho de suyo violento. Se toma por la fuerza un establecimiento educacional impidiendo el desarrollo del proceso educativo el que luego de unos días es entregado a las autoridades municipales encargados de su tuición, quienes comprensivamente acogen y valoran la actitud, dada la acción de otros estudiantes que están aplicando más fuerza y violencia.
Otra situación y solo para marcar el contrapunto de situaciones vividas en un colegio. Ahora en una sala de clases de un establecimiento de la ciudad que la Dirección del mismo facilitara para una reunión vecinal. En sus paredes, seguramente de un curso básico, había expuesto carteles con figuras humanas en que se podía leer frases con diversas expresiones de buena conducta que los profesores buscaban enseñar a sus alumnos para que aprendieran a vivir en comunidad: respetarse unos a otros, saber escuchar, dejar hablar sin interrumpir, no usar malas palabras y así.
Lo único común en ambos “flash” es que son vivencias dadas en un mismo espacio genérico, un colegio ¡todo lo demás es distinto! y que solo busca llamar la atención sobre la forma en que estamos formando a nuestros estudiantes. Nadie duda en que en todos los colegios de nuestra patria el objetivo es el mismo, educar para la convivencia en paz. Pero algo hace que ese objetivo por el contexto social en que estamos viviendo vaya siendo ahogado. Es inevitable a este respecto la asociación con la parábola evangélica del sembrador, en que la buena semilla perece o no nace por la maleza que ocupa su espacio (Mr 4, 7. 18-19). De ningún modo podemos aceptar como normal (normalizar) el que la forma en que solucionemos nuestros problemas y controversias o coronemos nuestros objetivos sea según el grado de fuerza física o psicológica que apliquemos. Lo humano es la razón y el amor.