Por Guillermo Stevens, diácono.
Una persona de buena memoria recientemente nos recordaba que en nuestra ciudad ya se había cumplido un mes de aislamiento obligatorio producto de la pandemia que se originara en diciembre en la lejana China en un más remoto mercado de mariscos en la ciudad de Wuhan en el que también se transaba animales silvestres, portadores del virus Sars-Cov-2, generador de la Covid-19. Esto ha significado una crisis mundial que a todos ha afectado, pero como pasa en la vida, de muy diversa manera según los medios que cada uno disponga.
En términos de vivienda, es muy distinto estar recluido en una casa con el espacio y los servicios necesarios, que en un pequeño reducto en el que deben coexistir familias distintas en que todo es precario o aún no existe. Para qué decir la gente en situación de calle. Es muy distinta la situación del empleado dependiente o jubilado, que recibe una remuneración mensual o una pensión, generalmente insuficiente para las necesidades y/o expectativas, pero que llega, de quien debe ganarse el dinero día a día con los clientes que han disminuido o aún desaparecido o aún más de quienes viven con oficios eventuales que se ejercen en la calle en la cual casi no hay gente. Pensemos en todos los oficios derivados de los estacionamientos de autos y comercio ambulante. Eso por el lado del trabajador. Para los empresarios, igualmente es distinto lo que se le presenta a los pequeños emprendimientos, sin caja, ni ahorros y con deudas, respecto a la gran empresa que también se le ha complejizado su situación, pero tiene muchas herramientas para hacer frente con mayores probabilidades de éxito, incluso con el apoyo directo del Estado. Aquí se aplica aquello de que el temporal es el mismo para todos, pero no se está en el mismo buque ni los botes son iguales.
Si hay un elemento que ha contribuido a hacer más llevadero este aislamiento es la frondosidad de las redes sociales y especialmente el acceso a internet a través de un computador, pero nuevamente la situación es distinta según los medios disponibles, a lo que se agrega la brecha digital que corta entre los nacidos antes de 1960 y los más jóvenes. Para estos últimos las dificultades respecto a los mayores no son tales.
Este tiempo ha sido un dura vivencia para aprender a convivir entre nosotros en un espacio cerrado y un desafío para no olvidarnos, que aparte de los eventuales infectados con la pandemia, los pobres y desamparados siguen existiendo y necesitan la solidaridad de quien más tiene, aunque sólo sea un poco más, y que se deberá expresar en las distintas iniciativas de apoyo que se deberá organizar.