Por Hna. Marta García Gómez, par Diario Crónica Chillán.
Nos situamos ante un año repleto de ocasiones para expresar con nuestro voto aquello que queremos para Chile, una ocasión para marcar el destino de la nación. Por ello, se hace necesario, una mirada hacia lo que nos inspira, lo que enraíza nuestras vidas; valores, creencias, metas, proyectos.
Una luz en el camino, nos la ha ofrecido el Papa Francisco con su carta encíclica “Fratelli tutti”, Hermanos todos, a través de la cual hace un recorrido completo sobre nuestra sociedad mundial, invitando a la fraternidad o amistad social, reflexionando sobre las realidades que la afectan, muchas de ellas evidenciadas por la pandemia, y otras tantas que ya veníamos observando: migración, desigualdad social, pobreza, injusticia, violencia…
Como respuesta a estas situaciones se propone la caridad política. Es caridad, dice el Papa, aquel ser humano que ayuda a otro para poder cruzar un puente, pero es también caridad aquel que, desde su responsabilidad social, hace lo necesario para la construcción de un puente, y que éste y otros muchos lo puedan utilizar. Es imposible concebir la vida social sin un sistema político que la organice, a pesar de las decepciones y los abusos, la vida ha de ser, de algún modo, acompañada. Es posible un sistema político animado por la caridad: aquel que se expresa en la búsqueda del bien común, empezando por los más débiles. La herramienta principal de una organización social como ésta será la justicia, y su fruto será la paz (del Concilio Vaticano II, Gaudium et spes).
Para ello es fundamental que formemos nuestro criterio, uno sólido, basado en verdades, valores básicos, para mí, encarnados en la vida de un hombre que fue Jesús de Nazaret, que pasó haciendo el bien, curando y liberando, devolviendo al centro de la vida a aquellos a los que la sociedad y su hipocresía, junto con el abuso de poderes, habían dejado tirados al margen del camino. Criterio que nos permita discernir si lo que los candidatos proponen son castillos de humo, pura propaganda electoral, o si son propuestas con fundamento que luego harán realidad.
Y llegamos así a los populismos, de un lado o de otro, que aparecen a lo largo y ancho de todo el orbe, y que sólo nos dicen lo que queremos oír. Dan soluciones rápidas y fáciles a lo que preocupa a nuestra gente, a problemas de gran calado como la salud, pensiones, migración, trabajo… pero que, llegada la hora, se quedan en eso, en humo, en nada. Sin embargo, nos recordó el Papa, sí existe un populismo importante, el amor al pueblo. La conciencia de que somos un grupo social que camina unido en busca de una sociedad mejor, atentos siempre a que nadie quede atrás. Un pueblo que defiende sus raíces, valora lo que de positivo tiene, los logros alcanzados, y que, al mismo tiempo, vive abierto al diálogo con lo que viene de fuera, logrando un diálogo social que permita un equilibrio mundial que hace que, con independencia de donde uno viva o haya nacido, goce de todo lo necesario para sostener la vida, y no sólo para eso, sino para realizarse y ser feliz.
Amor político, es entonces, no votar sólo por el que defienda los intereses propios, sino por el que busca un sistema justo para todos, empezando por los que corren más peligro de ser vulnerados. Si sólo busco mis propios intereses, o los de mi grupo, acabaremos en una lucha salvaje que nos devorará a todos. Acabaremos siendo una amenaza los unos para los otros, en la que se salvan los más fuertes, volviendo a la espiral de violencia desde todo ámbito. Por el contrario, hay que apostar por un diálogo que supone esfuerzo, búsqueda de nuevas respuestas, consenso… sin renunciar a unos valores básicos y objetivos que son irrenunciables, hallados en los derechos humanos, en la dignidad de hijos de Dios, y en pro de los más débiles.
Abramos los ojos, la mente y el corazón, para reconocer en el que camina a nuestro lado a un hermano; nos permitirá crear criterio y construir la sociedad que tanto ansiamos, para muchos, el Reino.