La difícil situación sanitaria, que estamos viviendo, no nos permite participar en la celebración eucarística del domingo de Ramos.
Sugerimos buscar un lugar que permita orar juntos, donde sea posible en torno a un “altar familiar”, con la imagen del Crucifijo, un cirio encendido y ramos verdes.
Cada familia puede adaptar el presente esquema según sus necesidades. La oración es guiada (G) por la mamá, o el papá, o quien hace de cabeza de familia.
Siglas: G= Guía; L= Lector; T= Todos.
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G. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
R. Amén.
G. Dios, Padre de bondad y misericordia, nos conceda estar en comunión los unos con los otros, con la fuerza del Espíritu Santo, en Cristo Jesús, nuestro hermano.
T. Bendito sea el Señor.
G. Iniciamos la Semana Santa, con la celebración del Domingo de Ramos, anuncio de la Pascua el Señor. Esta Semana Santa será diferente en cuanto al modo concreto de celebrarla, pero no debe ser distinta en cuanto a la vivencia espiritual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. La viviremos en nuestra casa, orando y solidarizando con el mundo entero, que lucha contra el coronavirus.
Jesús entra en Jerusalén para dar cumplimiento al misterio de su muerte y resurrección. Acompañemos con fe a nuestro Salvador, y pidamos la gracia de seguirlo hasta la cruz, para participar de su resurrección.
Memoria del ingreso de Jesús en Jerusalén
G. La muchedumbre extendía sus propios mantos sobre el camino, otros cortaban ramas de los árboles y cubrían el camino con ellas. La multitud que iba delante de Jesús y la que lo seguía gritaba, y también nosotros con ellos repetimos:
G. ¡Hosanna al Hijo de David!
T. ¡Hosanna al Hijo de David!
G. ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!
T. ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!
G. ¡Hosanna en las alturas!
T. ¡Hosanna en las alturas!
G. Dios omnipotente y eterno, concede a tus fieles, que acompañamos exultantes a Cristo, nuestro Rey y Señor, de llegar con Él, a la Jerusalén del Cielo.
T. Amén.
G. Oremos juntos con el salmo 21:
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
L. Los que me ven, se burlan de mí,
hacen una mueca y mueven la cabeza, diciendo:
«Confió en el Señor, que él lo libre;
que lo salve, si lo quiere tanto.» R.
L. Me rodea una jauría de perros,
me asalta una banda de malhechores;
taladran mis manos y mis pies.
Yo puedo contar todos mis huesos. R.
L. Se reparten entre sí mi ropa
y sortean mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
tú que eres mi fuerza, ven pronto a socorrerme. R.
L. Yo anunciaré tu Nombre a mis hermanos,
te alabaré en medio de la asamblea:
«Alábenlo, los que temen al Señor;
glorifíquenlo, descendientes de Jacob;
témanlo, descendientes de Israel.» R.
G. Escuchemos el evangelio de este domingo. Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo (27, 1-2. 11-54).
(Si es posible proclamarla con tres lectores: Narrador (C), Personajes (S) y Jesús (+))
Después de ser arrestado, todos los Sumos Sacerdotes y ancianos del pueblo deliberaron sobre la manera de hacer ejecutar a Jesús. Después de haberlo atado, lo llevaron ante Pilato, el gobernador, y se lo entregaron. Jesús compareció ante el gobernador, y este le preguntó:
«¿Tú eres el rey de los judíos?»
El respondió:
«Tú lo dices.»
Al ser acusado por los sumos sacerdotes y los ancianos, no respondió nada. Pilato le dijo:
«¿No oyes todo lo que declaran contra ti?»
Jesús no respondió a ninguna de sus preguntas, y esto dejó muy admirado al gobernador. En cada Fiesta, el gobernador acostumbraba a poner en libertad a un preso, a elección del pueblo. Había entonces uno famoso, llamado Barrabás. Pilato preguntó al pueblo que estaba reunido:
«¿A quién quieren que ponga en libertad, a Barrabás o a Jesús, llamado el Mesías?»
Él sabía bien que lo habían entregado por envidia. Mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó decir:
«No te mezcles en el asunto de ese justo, porque hoy, por su causa, tuve un sueño que me hizo sufrir mucho.»
Mientras tanto, los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la multitud que pidiera la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. Tomando de nuevo la palabra, el gobernador les preguntó:
«¿A cuál de los dos quieren que ponga en libertad?»
Ellos respondieron:
«A Barrabás.»
Pilato continuó:
«¿Y qué haré con Jesús, llamado el Mesías?»
Todos respondieron:
«¡Que sea crucificado!»
El insistió:
«¿Qué mal ha hecho?»
Pero ellos gritaban cada vez más fuerte:
«¡Que sea crucificado!»
Al ver que no se llegaba a nada, sino que aumentaba el tumulto, Pilato hizo traer agua y se lavó las manos delante de la multitud, diciendo:
«Yo soy inocente de esta sangre. Es asunto de ustedes.»
Y todo el pueblo respondió:
«Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos.»
Entonces, Pilato puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado.
Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron a toda la guardia alrededor de él.
Entonces lo desvistieron y le pusieron un manto rojo.
Luego tejieron una corona de espinas y la colocaron sobre su cabeza,
pusieron una caña en su mano derecha y, doblando la rodilla delante de él,
se burlaban, diciendo:
«Salud, rey de los judíos.»
Y escupiéndolo, le quitaron la caña y con ella le golpeaban la cabeza. Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto, le pusieron de nuevo sus vestiduras y lo llevaron a crucificar.
Al salir, se encontraron con un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo obligaron a llevar la cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota, que significa «lugar del Cráneo», le dieron de beber vino con hiel. Él lo probó, pero no quiso tomarlo. Después de crucificarlo, los soldados sortearon sus vestiduras y se las repartieron; y sentándose allí, se quedaron para custodiarlo. Colocaron sobre su cabeza una inscripción con el motivo de su condena: «Este es Jesús, el rey de los judíos.» Al mismo tiempo, fueron crucificados con él dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda.
Los que pasaban, lo insultaban y, moviendo la cabeza, decían:
«Tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!»
De la misma manera, los sumos sacerdotes, junto con los escribas y los ancianos, se burlaban, diciendo:
«¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es rey de Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en él. Ha confiado en Dios; que él lo libre ahora si lo ama, ya que él dijo: “Yo soy Hijo de Dios”.»
También lo insultaban los ladrones crucificados con él.
Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, las tinieblas cubrieron toda la región. Hacia las tres de la tarde, Jesús exclamó en alta voz:
+ «Elí, Elí, lemá sabactani.»
Que significa:
+«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron:
«Está llamando a Elías.» En seguida, uno de ellos corrió a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña, le dio de beber. Pero los otros le decían:
«Espera, veamos si Elías viene a salvarlo.»
Entonces Jesús, clamando otra vez con voz potente, entregó su espíritu.
(Nos arrodillamos y hacemos un breve silencio de adoración)
Inmediatamente, el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo, la tierra tembló, las rocas se partieron y las tumbas se abrieron. Muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron y, saliendo de las tumbas después que Jesús resucitó, entraron en la Ciudad santa y se aparecieron a mucha gente. El centurión y los hombres que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y todo lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron:
«¡Verdaderamente, este era Hijo de Dios!»
Palabra del Señor.
El Señor va al encuentro de su pasión, y le da a su vida toda una dimensión de entrega y oblación de sí mismo. Y para mí, ¿qué significa para mí, tener fe?, ¿qué sentido tiene para mi vida, el creer en el Señor, el seguirlo, el buscar tener sus mismas actitudes y así identificarme con Él?
Los habitantes de Jerusalén, aclamaron y glorificaron al Señor, lo reconocieron con el enviado de Dios, pero unos días después, callaron ante la injusticia, cuando estaban crucificando al Señor, no se pronunciaron, permanecieron en silencio, se omitieron. Y yo, a la hora de vivir mi fe, ¿de qué manera expreso lo que creo?, ¿qué hago para que mi fe se note y así anunciar la verdad del Evangelio?, ¿qué testimonio doy de mi fe?, ¿se nota que soy cristiano?
G. Unámonos a toda la Iglesia, para proclamar nuestra fe:
T. Creo en Dios, Padre todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra.
Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor,
que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo,
nació de Santa María Virgen,
padeció bajo el poder de Poncio Pilato,
fue crucificado, muerto y sepultado,
descendió a los infiernos,
al tercer día resucitó de entre los muertos,
subió a los cielos
y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso.
Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos.
Creo en el Espíritu Santo,
la santa Iglesia católica,
la comunión de los santos,
el perdón de los pecados,
la resurrección de la carne
y la vida eterna. Amén.
G. Estamos también nosotros al pie de la cruz, en ella esta Cristo, traspasado por amor. Desde la cruz intercede por nosotros. Oremos diciendo:
R. ¡Por la pasión de tu Hijo, escucha Padre, nuestra oración!
Por la Iglesia, que se prepara para celebrar los misterios de la Pasión, muerte y resurrección de Cristo; que, unida a Él, como a su esposo, se vea renovada en la caridad y proponga siempre a los hombres la salvación que viene de la cruz gloriosa de Cristo. Oremos. R.
Por nuestra nación y por todas las naciones del mundo, para que Cristo, rey de paz, instaure en todas las sociedades humanas el suave y poderoso reinado de la nueva ley del amor. Oremos. R.
Por todos aquellos que, como Cristo, se encuentran abandonados y humillados, para que, unidos a su cruz salvadora, completen con sus sufrimientos lo que falta a la Pasión de Cristo. R.
Para que el Señor siga fijando sus ojos en muchos jóvenes de nuestras comunidades que, siguiendo la llamada al sacerdocio, continúen transmitiendo su mensaje de salvación y misericordia a las personas de nuestro tiempo. R.
– Para que el Señor auxilie a todos los enfermos por el coronavirus, dé fortaleza a sus familias y a aquellos que los atienden y cuidan. R.
– Por nosotros, que nos disponemos a vivir estos días santos unidos a la cruz de Cristo, para que abramos nuestro corazón a su gracia y a su misericordia, y por la celebración de su Misterio Pascual, renueve en nosotros el don de la vida nueva de hijos de Dios. R.
G. Que Jesús el Salvador, muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra vida nos enseñe a volvernos hacia el Padre para decirle con toda confianza:
T. Padre nuestro …
G: Al no poder recibir la comunión sacramental, oremos pidiendo el don de la comunión espiritual:
Comunión Espiritual
T. Creo, Jesús mío,
que estás real y verdaderamente en el cielo
y en el Santísimo Sacramento del Altar.
Te amo sobre todas las cosas
y deseo vivamente recibirte dentro de mi alma,
pero no pudiendo hacerlo ahora sacramentalmente,
ven al menos espiritualmente a mi corazón.
Y como si ya te hubiese recibido,
te abrazo y me uno del todo a Ti.
Señor, no permitas que jamás me aparte de Ti.
Amén.
G. Concede Dios Todopoderoso, tu bendición a nuestra familia, y danos la gracia de vivir alegres en la esperanza, fuertes en la tribulación, perseverantes en la oración, atentos a las necesidades de los demás, diligentes en el camino de conversión que estamos recorriendo en esta cuaresma.
G. Que Dios nos bendiga: el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo.
T. Amén.
G. Nos confiamos a la materna intercesión de la Virgen María:
T. Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios;
no desprecies las oraciones que te dirigimos en nuestras necesidades,
antes bien líbranos de todo peligro,
¡Oh Virgen gloriosa y bendita!
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