La difícil situación sanitaria, que estamos viviendo, no nos permite participar en la celebración eucarística del Jueves Santo.
Nos unimos en torno al altar familiar, con el crucifijo en el centro, un cirio encendido, un trozo de pan, un racimo de uvas, o un vaso de vino
Cada familia puede adaptar el presente esquema según sus necesidades. La oración es guiada (G) por la mamá, o el papá, o quien hace de cabeza de familia.
Siglas: G= Guía; L= Lector; T= Todos.
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G. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
R. Amén.
G. Bendito sea Dios Padre que, en su Hijo Jesús, ha dado su vida por nosotros.
T. Bendito sea el Señor.
G. Esta tarde, con toda la Iglesia recordamos la Cena en la que Jesús nos dejó, como dones espléndidos: la institución de la Eucaristía, el servicio ministerial de los sacerdotes, y el mandato del amor como servicio humilde a los hermanos.
Agradecemos al Señor, por la Eucaristía, memoria viva de la Pascua que Jesús, antes de su entrega, ha confiado a sus discípulos, misterio de amor que nos enseña a hacer de nuestra vida un don. Agradecemos a Dios, el servicio de los sacerdotes que, en nuestras comunidades, anuncian el evangelio con generosidad y dedicación.
G. Oremos juntos con el salmo 115:
¿Con qué pagaré al Señor todo el bien que me hizo?
L ¿Con qué pagaré al Señor
todo el bien que me hizo?
Alzaré la copa de la salvación
e invocaré el nombre del Señor. R.
L. ¡Qué penosa es para el Señor
la muerte de sus amigos!
Yo, Señor, soy tu servidor,
tu servidor, lo mismo que mi madre:
por eso rompiste mis cadenas. R.
L. Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
e invocaré el nombre del Señor.
Cumpliré mis votos al Señor,
en presencia de todo su pueblo. R.
G. Escuchemos el evangelio de Jesús (Juan 13, 1-15)
L. Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin.
Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura.
Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: «¿Tú, Señor, ¿me vas a lavar los pies a mí?»
Jesús le respondió: «No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás.»
«No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!»
Jesús le respondió: «Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte.»
«Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!»
Jesús le dijo: «El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos.» El sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: «No todos ustedes están limpios.»
Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: «¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes.»
Palabra del Señor.
Los relatos de la institución de la eucaristía y del lavatorio de los pies, son distintos, pero cuentan lo mismo: la entrega de Jesús. Con ellos, Jesús llena de sentido los acontecimientos que van a vivir después. No son otros los que le quitan la vida, sino que él mismo la entrega. No celebramos la muerte de Jesús sino su entrega por nosotros.
El evangelio relata cómo Jesús se levanta de la mesa, se quita el manto, se ciñe la toalla y se pone a lavar los pies a sus discípulos. Él, que es el maestro, se deprende de todo y asume el servicio humilde como camino para construir fraternidad, para construir el Reino de Dios. Se trata de un gesto que les sorprende y que el mismo Jesús les explica: «les he dado ejemplo, para que hagan lo mismo que Yo hice con ustedes».
Estas palabras van también dirigidas a nosotros: ¿Cuáles son los mantos de los que nos tenemos que desprender y las toallas que nos tenemos que ceñir? ¿Cuáles son los pies que tenemos que lavar? ¿Cómo hemos de servir? Las respuestas siempre comienzan por aquí y ahora, y pasan por nuestra vida cotidiana. Tal vez sea bueno comenzar por una mirada al espejo para ver de qué hemos llenado nuestras vidas y qué nos impiden mirar, acercarnos, servir a otros.
G. En esta tarde de amor, que abren los días de Pascua, entremos con Jesús en el misterio de su muerte y resurrección. Agradecidos del Señor, que ha querido permanecer con nosotros para siempre, elevemos a Él a nuestra alabanza, y oremos por todos.
L. Te damos gracias Señor, por la Eucaristía, que antes de tu entrega en la Cruz, nos has dejado como sacramento de tu amor y signo vivo de tu presencia. Haz que aprendamos a entregar nuestra vida, para ser un solo cuerpo con nuestros hermanos.
R. ¡Gracias Señor por los dones de tu amor!
L. Te damos gracias Señor, por el mandamiento del amor, que nos enseña a amar a los demás, como tú nos ha amado. Concédenos que en cada persona podamos contemplar tu rostro, y servirte con amor.R. ¡Gracias Señor por los dones de tu amor!
L. Te damos gracias Señor, por el ministerio de los sacerdotes, especialmente por aquellos más ancianos, enfermos y los fallecidos. A todos los sacerdotes bendícelos con tu gracia y fuerza, y regálales la fuerza para guiar a los hermanos al encuentro contigo, y confortarlos con tu palabra.
R. ¡Gracias Señor por los dones de tu amor!
L. Te damos gracias Señor, por todos los gestos de caridad y servicio que en la Iglesia se realizan en tu nombre. Haz que nos acordemos cada día, del que es pobre, enfermo y necesitado, y con ellos compartamos lo que somos y tenemos.
R. ¡Gracias Señor por los dones de tu amor!
Te damos gracias Señor, por la unidad de tus discípulos, el don precioso que has pedido al Padre, antes de morir en la cruz. Haz que abandonando las diferencias y obstáculos que nos separan, trabajemos por la unidad de todos los creyentes en Ti.
R. ¡Gracias Señor por los dones de tu amor!
G. Estamos entrando en los días de Pascua, cuando Jesús ha pasado de este mundo al Padre, y nos ha amado hasta el final. Como Él llevamos en el corazón los sufrimientos y las esperanzas de todos nuestros hermanos, y con ellos, oramos al Padre:
T. Padre nuestro …
G. Concede, Oh Padre, tu bendición a nuestra familia, y mira con amor a tus hijos que sufren a causa de la enfermedad; ten misericordia de nosotros, y concédenos la gracia que pronto podamos celebrar, con todos nuestros hermanos, la santa cena, que tu Hijo, nos dejó como memorial de su entrega, y signo de tu amor. Amén.
G. Que Dios nos bendiga: el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo.
T. Amén.
G. Nos confiamos a la materna intercesión de la Virgen María:
T. Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios;
no desprecies las oraciones que te dirigimos en nuestras necesidades,
antes bien líbranos de todo peligro,
¡Oh Virgen gloriosa y bendita!
†
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