Para preparar en familia antes de la celebración:
– Un lugar cómodo que permita el recogimiento y la oración familiar. Preferentemente, todos se
sientan alrededor de la mesa familiar.
– Un pequeño altar en el centro de la mesa con los siguientes elementos: un mantel, una vela
decorada especialmente (colores, cintas, flores, etc.), una cruz, la imagen de la Virgen María,
– Una Biblia desde la cual se proclamará el evangelio.
– Para el gesto de esta celebración, necesitaremos una vela por participante (además de la vela
decorada del altar) y un recipiente con agua al lado de la vela decorada. Si la familia tiene agua
bendita, usará la misma; de otro modo, se puede usar agua común.
– Es importante que esta celebración se realiza de noche, ya escondido el sol. La casa se
encontrará a oscuras. Solo estará encendida la vela decorada del altar, en el centro de la mesa.
Siglas: G= Guía; L= Lector; T= Todos.
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G. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
Familia, en la noche más santa de todas las noches, bendigamos al Dios liberador de su pueblo, que vive y reina por los siglos de los siglos.
T. Amén.
Si está presente algún niño o joven, éste pregunta a los adultos:
¿Por qué esta noche es distinta a todas las otras noches?
Y alguno de los adultos, responde:
Ciertamente, esta noche es distinta a todas las otras noches.
Cuando la oscuridad de la noche del sábado santo se cierne sobre la tierra y las tinieblas inundan a la humanidad, una luz brilla en medio de la oscuridad: la luz de la Pascua. Una luz que inunda toda tiniebla de claridad y hace diferente el nuevo amanecer. Los cristianos celebramos esta noche la resurrección del Señor… Los cristianos, al celebrar la Pascua, hacemos memoria de la historia del pueblo de Israel liberado de Egipto, y hacemos presente la muerte y resurrección de Jesús. Así, celebramos que nuestra propia vida es una vida llamada a la libertad frente a toda esclavitud, una vida libre de todo pecado, una vida libre de toda injusticia, una vida libre de todo egoísmo… En esta noche diferente a todas, nuestros lazos de fraternidad se estrechan y nuestro compromiso de amarnos como Él nos ha amado, se fortalece y renueva. Escuchemos y cantemos con gran alegría el anuncio de esta noche… una noche diferente a todas.
El Guía invita a todos a ponerse de pie, y a encender cada uno su vela, desde la vela adornada, que se encuentra en el centro de la mesa. Cuando todos tienen sus velas encendidas, se proclama el anuncio de la resurrección.
Con nuestros sirios encendidos escuchemos el anuncio de la resurrección de Jesús.
L. Alégrense en el cielo los ángeles que cantan.
Alégrense en la tierra los ministros de Dios.
Por la victoria grande del Todopoderoso
resuene la trompeta de la salvación.
L. Alégrense la tierra de golpe iluminada
por una luz tan pura como jamás brilló.
La oscuridad vencida ya no sirve de nada.
La piedra se ha corrido, la luz resucitó.
L. El pagó la deuda de nuestra propia culpa
por siempre mantenida desde el tiempo de Adán.
Y con su propia sangre derramada inocente,
borró nuestra sentencia por el primer error.
L. Estas son las fiestas y es esta nuestra Pascua
en la que inmolamos al Cordero de Dios.
Que pinten con su sangre
las puertas de los fieles
pues sólo por la sangre viene la salvación.
L. Esta es la noche en que antiguamente
rescataste de Egipto al pueblo de Israel,
abriendo en el Mar Rojo un camino seguro
dejando derrotado al Faraón aquel.
L. Esta es la noche que devuelve la gracia,
lo humano y lo divino en franca comunión.
Bendita sea la culpa de Adán y su pecado
que mereció tan noble y tan grande Redentor.
L. El cirio consagrado que hicieron las abejas
que lo encuentre encendido el lucero matinal;
que arda eternamente como señal que Cristo
reina por los siglos de los siglos,
Reina por los siglos de los siglos.
Amén.
Todos apagan sus velas, y toman asiento, y se invita a alguien a tomar la Biblia del altar familiar para leer: Romanos 6, 5-9, y Mateo 28, 1-10.
L. De la carta de san Pablo a los romanos (Rom 6, 5-9)
Hermanos: Si nos hemos identificado con Cristo por una muerte semejante a la suya, también nos identificaremos con él en la resurrección. Comprendámoslo: nuestro hombre viejo ha sido crucificado con él, para que fuera destruido este cuerpo de pecado, y así dejáramos de ser esclavos del pecado. Porque el que está muerto, no debe nada al pecado. Pero si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él. Sabemos que Cristo, después de resucitar, no muere más, porque la muerte ya no tiene poder sobre él.
Palabra de Dios
L. SALMO 117 (Sal 117, 1-2. 16-17. 22-23)
R. Aleluia, aleluia, aleluia. (Si es posible, se canta)
¡Den gracias al Señor, porque es bueno,
porque es eterno su amor!
Que lo diga el pueblo de Israel:
¡es eterno su amor! R.
La mano del Señor es sublime,
la mano del Señor hace proezas.
No, no moriré:
viviré para publicar lo que hizo el Señor. R.
La piedra que desecharon los constructores
es ahora la piedra angular.
Esto ha sido hecho por el Señor
y es admirable a nuestros ojos. R.
Todos se poden de pie
G. Del evangelio según san Mateo (Mt 28, 1-10)
Pasado el sábado, al amanecer del primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a visitar el sepulcro. De pronto, se produjo un gran temblor de tierra: el Ángel del Señor bajó del cielo, hizo rodar la piedra del sepulcro y se sentó sobre ella. Su aspecto era como el de un relámpago y sus vestiduras eran blancas como la nieve. Al verlo, los guardias temblaron de espanto y quedaron como muertos.
El Ángel dijo a las mujeres: «No teman, yo sé que ustedes buscan a Jesús, el Crucificado.
No está aquí, porque ha resucitado como lo había dicho. Vengan a ver el lugar donde estaba, y vayan en seguida a decir a sus discípulos:
«Ha resucitado de entre los muertos, e irá antes que ustedes a Galilea: allí lo verán». Esto es lo que tenía que decirles.» Las mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y fueron a dar la noticia a los discípulos.
De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo:
«Alégrense.» Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de él.
Y Jesús les dijo: «No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán.»
Reflexionamos en familia
Esta es la noche en la que todos nosotros llevamos en el corazón, como las mujeres del evangelio, miedos, sufrimientos y dolores. El sabor amargo de ver cómo a veces parece que la muerte avanza sobre la vida. Pero en medio de todo esto, nos descubrimos llamados a descubrir que no estamos solos, que no permaneceremos solos.
Jesús es el Viviente y ha vencido la muerte, la ha atravesado para estar con nosotros, para siempre: «Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo». Y nos pide, como a las primeras testigos de su resurrección, que transmitamos esta noticia a todos, releyendo nuestra vida, la vida de nuestra familia y de nuestra sociedad, a la luz de la Pascua.
No lo haremos sólo esta Noche… será el recorrido de cada domingo, de cada día. Y lo haremos en la fe de este grito que parte las piedras, en la luz que vence la noche y nos hace correr para anunciar a todos: «No está aquí, porque ha resucitado verdaderamente».
¿Qué actitudes pueden reflejar nuestra fe en la resurrección de Jesús? En la situación que vivimos como sociedad, ¿cómo resuenan las palabras de Jesús «Alégrense… ¿No teman» que él dice a las mujeres del evangelio? ¿Qué puede significar para nosotros hoy «Avisen a mis hermanos que… allí me verán»?
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Palabra del Señor.
Memoria del bautismo
Se introduce este momento con la siguiente oración:
G. Señor, Dios nuestro, presente en nuestra casa, en esta santísima noche queremos
evocar la obra admirable de nuestra creación y la obra, aún más admirable, de nuestra
salvación. Reaviva en nosotros, Señor, el recuerdo de nuestro Bautismo, para que podamos unirnos a la feliz asamblea de todos los hermanos y hermanas, bautizados en la Pascua de Cristo, y dar gracias por tu don de Vida. Por Jesucristo, nuestro Señor.
T. Amén.
Luego de la oración introductoria del momento, quien guía, continúa diciendo:
G. Hagamos memoria de los padres y las madres en la fe, de los testigos del evangelio, en el pasado lejano y cercano, voces que ya anunciaron la promesa de la resurrección y su cumplimiento en Jesús. Digamos a cada invocación: R. «Rueguen por nosotros»
L. – Abraham, nuestro padre en la fe, y Sara, fecunda en la sonrisa. R.
– Moisés, amigo de Dios, y Josué, guía de Israel en la tierra prometida. R.
– Profetas y profetizas que han recordado la alianza, proponiendo el culto de la vida. R.
– Juan Bautista, amigo del esposo. R.
– María, mujer creyente, y José, hombre justo custodio de Jesús. R.
– Pedro, roca viva de la comunidad, y Andrés, discípulo hermano. R.
– Juan, discípulo amado por el Señor, y Pablo, apóstol del evangelio. R.
– Todas ustedes, mujeres que han seguido a Jesús hasta la cruz. María Magdalena, llamada por su nombre por el Resucitado, María madre de Santiago, y Salomé, portadoras de los perfumes. R.
– Aquilas y Priscila, esposos que recibieron la palabra del evangelio. R.
– Esteban, primer mártir de Cristo, Lorenzo, diácono del compartir, e Ignacio, trigo de Cristo. R.
– Justino, maestro de las semillas del Verbo, e Ireneo, pastor del plan de salvación de Dios. R.
– Mónica, madre fuerte en la fe probada, y Agustín, doctor de la presencia de Dios en el corazón R.
– Benito, padre de toda escuela de servicio al Señor, y Gregorio Magno, lector de las Escrituras que crecen. R.
– Francisco, pobre de Cristo en la perfecta alegría, y Clara, testigo de la confianza en Dios en la pobreza. R.
– Domingo, predicador de la gracia de Cristo, y Catalina, mujer de paz y diálogo. R.
– Teresa de Ávila y Juan de la Cruz, guías del amor a Dios en la contemplación. R.
– Ignacio de Loyola, maestro del discernimiento, y Francisco Javier, Misionero del evangelio. R.
– Juan XXIII y Pablo VI, capaces de mirada sobre los signos de los tiempos y padres del Concilio. R.
– Teresa de los Andes, Alberto Hurtado, Laura Vicuña, frutos de santidad de nuestra patria. R.
– Mujeres y hombres que han testimoniado el reino de Dios en la hospitalidad de prófugos y desamparados. R.
– Mujeres y hombres anónimos, pequeños y pobres, que han esperado en el Señor. R.
– Mujeres y hombres de nuestra familia que ya están en el cielo por haber vivido el evangelio y haber encontrado misericordia, rueguen por nosotros.
G. A la luz de estos testigos, encendamos la luz de Cristo resucitado.
Y todos encienden sus velas desde la vela adornada. Luego, el guía continúa:
G. Renovemos en esta noche las promesas de nuestro bautismo.
G. El pecado es la arrogancia de poseer las cosas, la vida, las personas y pensar sólo en sí. ¿Renuncian al pecado para vivir en la libertad de los hijos de Dios?
T. Sí, renuncio.
G. El pecado es una vida replegada, cerrada a la comunicación con los otros, insensible al sufrimiento de los pobres. ¿Renuncian al mal que nos encierra en el egoísmo?
T. Sí, renuncio.
G. El pecado es despreciar las cosas, no respetar la creación, consumir los recursos sin
atención a la equidad, a la justicia, a la paz. ¿Renuncian al pecado para vivir en el espíritu
de acogida y de cuidado de cada persona y de cada cosa?
T. Sí, renuncio.
G. Dios Padre es abrazo y ternura de amor. Es pastor que acompaña sus ovejas y padre que busca a quien es dejado al lado del camino. ¿Creen en Dios y en su amor más grande que lo que podemos pensar?
T. Sí, creo.
G. Jesucristo es el Dios-con-nosotros que, en su camino, ha revelado el rostro del Padre.
¿Creen en Jesucristo que ha vencido la muerte con la fuerza frágil del amor?
T. Sí, creo.
G. El Espíritu es fuego que da luz. Es el respiro de la creación. Es don, fuente de todos los dones y de la diversidad para poner al servicio de la comunión. ¿Creen en el Espíritu, soplo de vida que derriba las puertas cerradas y abre a la hospitalidad?
T. Sí, creo.
El guía, toma el agua del centro de la mesa, y con ella marca la señal de la cruz en la frente de quienes participan, diciendo:
G. «Recuerda que, por el agua y por el Espíritu, has renacido a una Vida Nueva».
Una vez concluido el signo, continua:
G. Con la alegría pascual de sentirnos hijos de Dios, digamos las palabras que Jesús nos enseñó: Padre nuestro, que estás en el cielo…
G. Oremos.
Padre, que iluminas esta noche con la gloria de la resurrección del Señor, reaviva en nosotros, en tu familia, en esta casa, la esperanza. Ábrenos a la maravilla de cuanto has
hecho por nosotros: haznos descubrir que somos tus hijos amados, pensados y queridos para que, renovados en todo nuestro ser, podamos caminar en la libertad y vivir nuestra
vida como servicio a Ti y a los hermanos que encontramos en el camino. Por Jesucristo, nuestro Señor.
T. Amén.
G. Que nos bendiga y nos custodie el Señor omnipotente y misericordioso, el Padre, y el Hijo y el Espíritu Santo.
G. Al concluir nuestra celebración, saludamos a la Virgen María, con la oración de Pascua:
G. Reina del cielo, alégrate, aleluya.
T. Porque el Señor, a quien has llevado en tu vientre, aleluya.
G. Ha resucitado según su palabra, aleluya.
T. Ruega al Señor por nosotros, aleluya.
G. Goza y alégrate Virgen María, aleluya.
T. Porque en verdad ha resucitado el Señor, aleluya.
Oremos:
Oh Dios, que por la resurrección de Tu Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, has llenado el mundo de alegría, concédenos, por intercesión de su Madre, la Virgen María, llegar a los gozos eternos. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
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