Por diácono Guillermo Stevens Moya, delegado Vicaría de Pastoral Social del Obispado de Chillán
Estamos en Cuaresma, tiempo litúrgico en que los creyentes desde el Miércoles de Cenizas (6 de marzo) y hasta el Domingo de Ramos (14 de abril) mediante la oración, la austeridad y la solidaridad se preparan espiritualmente para conmemorar la Resurrección de Jesucristo. Es en este tiempo, que ya desde el año 1982, la Iglesia Católica en Chile organiza la Cuaresma de Fraternidad que tuvo antecedentes previos en Estados Unidos y Europa motivados por la encíclica Populorum Progressio (1967) del papa Paulo VI donde se invitaba a buscar los “medios concretos y prácticos de organización y cooperación para poner en común los recursos disponibles y realizar así una verdadera comunión entre todas las naciones”.
Para el caso de nuestro país, durante los años 2019 a 2021 el fruto de esta campaña estará enfocado para apoyar iniciativas en favor de los inmigrantes, fenómeno común a nivel planetario y por cierto, también a nivel local.
A pesar de lo que a priori se pudiera creer, la inmigración en nuestro país no es nueva. Llegadas masivas de personas de origen extranjero ya se vivieron en el pasado. En efecto, el primer flujo se inició a mediados del siglo XIX hasta la primera mitad del siglo XX con la llegada planificada de europeos, principalmente españoles, italianos, alemanes, noruegos, polacos, yugoslavos, ingleses y franceses quienes vinieron como colonos para poblar y potenciar la industria y exportación de materias primas de regiones específicas de Chile. El segundo, entre 1885 y 1960, está asociado a comunidades árabes y asiáticas, quienes impulsaron nuevos rumbos comerciales. El tercero, desde fines del siglo XIX con la llegada de latinoamericanos, principalmente peruanos, bolivianos y argentinos buscando mejores expectativas económicas.
Actualmente la motivación para llegar a nuestro país no obedece a un proceso planificado como fue el primer flujo mencionado, ahora se mezcla i) la inestabilidad política, económica y social de los países de la región, lo que implica dificultad para trabajar, educarse, formar familia o derechamente persecución por razones ideológicas en que se puede ir la vida, con ii) la búsqueda de oportunidades de desarrollo económico. El resultado es que se ha sobrepasado todas las posibilidades de acogida y atención, especialmente de los migrantes más pobres, tanto a nivel gubernamental como de las organizaciones de la sociedad civil y de la pastoral de la Iglesia. Así es como desde una población extranjera de 416.000 personas que había en 2014 se pasó a una población de 966.000 en 2017, según fuentes del Ministerio del Interior. Lo que motivó a que con carácter de urgencia se modificara la insuficiente política migratoria, logrando amainar el ingreso de extranjeros. Sin embargo, el problema ha quedado instalado y requiere solución que no es tan sólo desde la autoridad, sino que necesita el concurso de todos nosotros. Una manera de que esta conversión de corazón a que llama la Cuaresma tenga una expresión concreta en favor de los inmigrantes es apoyar esta campaña que generará iniciativas en su favor.