Por Paulina Benavente, Obispado de Chillán
Ya estamos en el primer domingo de cuaresma. Por definición este es un tiempo de conversión, de penitencia; un camino hacia la Pascua en la que volveremos a mirar el misterio de amor que significa la Resurrección de Cristo.
Hablar en la actualidad de sacrificio o renuncia es bastante impopular, lo primero que surge en muchas personas es que tenemos derecho a ser felices y que esto se contrapone con el dolor, buscar el sacrificio es catalogado de masoquismo. Nadie quiere renunciar a nada, y en esta estructura de “derechos” que hemos creado como sociedad, hemos dado cabida a verdaderos ególatras sociales, que se asignan la potestad de decidir quienes pueden vivir o no en paz, quienes pueden circular por las calles sin problema o incluso desde una nueva superioridad mal llamada de la dignidad, se convierten en los jueces de quienes se manifiestan o expresan otras ideas.
Quienes nos miran desde la óptica del agnosticismo, del ateísmo, no entienden por qué seguimos a un Cristo muerto en una cruz y que además decimos que se entregó por nosotros y resucitó. Realmente suena a locura.
Pues bien, el amor en cierto sentido tiene gran parte de locura. Pensar que podemos llegar a sentir a otro como parte nuestra, que ese otro que viene de un lugar y mundo distinto nos puede dar tranquilidad, ternura, confianza, amor y que en otras también podrá ser fuente de incertidumbre y dolor. Que con él o ella vamos a buscar construir una familia en la que inevitablemente viviremos luces y sombras, en la que algunas veces tendremos que renunciar a algo que nos gusta por la alegría del otro, en la que habrán despedidas dolorosas y grandes encuentros. En la que juntos lloraremos la pérdida del que amamos y que con alegría recibiremos la nueva vida. Realmente suena a locura.
No existe amor sin renuncia, no existe amor sin dolor, ni vida sin muerte; pero tampoco existe felicidad sin amor, esperanza sin deseo.
Este tiempo de cuaresma nos da la oportunidad de mirarnos muy sencillamente, de mirar nuestros dolores y ofrecerlos en libertad por alguien o algo. No renuncio porque sencillamente me gusta hacerlo, el que ama es capaz de hacerlo con alegría por el otro que le importa. Hoy renuncio a mi misma porque te amo Señor y no me da miedo ni vergüenza admitirlo, porque creo en ti y en tu amor, porque estoy un poco loca, loca por ti Señor.