Por Luis Flores Quintana, sacerdote diocesano
La semana de fiesta termina y parece que nadie, en todos estos días, estuvo ajeno. Casi todos se vieron envueltos en las celebraciones de las fiestas patrias ya fuera en recintos educativos, de trabajo o servicios públicos. En el momento en que se escriben estas líneas no se conocen grandes tragedias y hasta los accidentes de tránsito disminuyeron, aunque el número de víctimas y los infractores que conducen bajo la influencia del alcohol siguen siendo un problema a resolver.
La fiesta, toda fiesta, es un tiempo especial, nos transforma en el espíritu y también nuestra manera de relacionarnos. Es celebración, acontece como promesa o anhelo cumplido. Particularmente, en nuestras fiestas patrias el despliegue para la celebración es enorme. Va desde actos civiles, religiosos, recreativos, juegos baile y comida. Las familias viajan, se reencuentran o salen en días de descanso.
Da gusto estar en fiestas, la única sombra es que se acaban y hay que volver a las actividades habituales. Es casi frustrante y si se hace así no solo sería frustrante sino también un derroche. Las fiestas patrias generaron encuentros, esfuerzo, trabajo común, mucha creatividad (piense solo en los nombres de algunas fondas) que no podemos desperdiciar.
Los habitantes de este país, que somos capaces de celebrar de esta manera, podemos aprender. Hay que lograr que las fiestas patrias no sean una distracción sino una inspiración para enfrentar los problemas que tenemos como país.
El mismo espíritu de las fiestas, el mismo tesón, la misma alegría la creatividad y esa otra manera de relacionarnos entre nosotros, si lo llevamos a los quehaceres que retomamos, serán un aporte para un país que necesita que sus habitantes se unan, se respeten y trabajen por la solución de tantos problemas que nos aquejan y separan.
No hagamos de las celebraciones un paréntesis vacío, mañana cuando vuelva al trabajo, a las clases, a los trámites, a las compras y a las carreras, estará en el mismo país, en que cantó, bailó y disfrutó, con comidas típicas y encuentros fraternos. Las fiestas terminaron, el país y nosotros seguimos ¿por qué portarnos diferentes? Que el espíritu del dieciocho no sea un nacionalismo egoísta sino una apertura que prolongue la convivencia festiva que tuvimos. Cuando se ve tanta creatividad, ingenio y esfuerzo para celebrar, estamos delante de las herramientas y de las personas que pueden hacer de Chile un país de mayor justicia y hermandad.