Por Paulina Benavente, psicóloga. Para Diario Crónica Chillán.
Hoy la iglesia católica celebra la fiesta de Pentecostés. En las sagradas escrituras se relata este momento con gran dramatismo. Allí en el Cenáculo estaba reunida María, la madre de Jesús, con los apóstoles. Estos tenían miedo, no sabían a ciencia cierta que era lo que sucedería de ahora en adelante. Habían acompañado durante algunos años al maestro y en ocasiones ni siquiera habían logrado comprender lo que él les decía, se sentían desamparados, desconfiados, solos. Sentían temor ante el pueblo que los miraba. Jesús había muerto, ya no estaba con ellos y se sentían a la deriva. Es en ese contexto de gran vulnerabilidad que irrumpe con fuerza el Paráclito, ese amor prometido, el que llenaría los corazones de fuerza, de entendimiento.
Hoy en alguna medida estamos así, temerosos ante la incertidumbre, ante la posibilidad de la enfermedad y de que esto nos afecte directamente. Pasamos de escuchar datos lejanos y medidas extremas a tener que vivir esto en carne propia. Ahora las cifras muchas veces tienen nombre y rostro, es el auxiliar del colegio de nuestros hijos, el vecino, la madre de nuestro amigo, el comediante conocido, el cantante que nos gusta, pero también pueden ser nuestros padres, nuestros cónyuges o nuestros hijos. Sabemos del contexto de dolor que viven estas familias, no hay despedidas, discursos ni ritos.
Por si esto no fuera suficiente además tenemos que hablar de hambre, desempleo, recesión, desesperación y angustia. El panorama no parece muy auspiciador, derechamente tenemos miedo y el temor puede ser mal consejero pues paraliza, obnubila, desconecta y en ocasiones nos vuelve muy egoístas.
A todas luces algo no estamos haciendo bien y no me refiero a las medidas sanitarias o económicas que toma la autoridad respectiva, sino que a la energía que mal gastamos en discutir o reclamar por lo que suponemos que otros deben hacer por nosotros, pero sin la capacidad de asumir conductas personales maduras que contribuyan al bien de todos. Horroriza ver cuanta gente organiza paseos y fiestas, cuantas personas pudiendo no cumplen con las medidas de protección para el cuidado colectivo. No nos equivoquemos, la culpa no la tiene el coronavirus, esta es la sociedad que nosotros hemos construido y con la que de forma brutal nos hemos encontrado. Siempre buscamos responsables, alguien a quien apuntar para sentirnos menos comprometidos, que el gobierno, el parlamento, etc.
Hoy llega el Espíritu Santo una vez más, hoy podemos convertir nuestros hogares en verdaderos Cenáculos, desde los cuales salgamos decididos a ser mejores personas, a ser más comprometidos, menos enjuiciadores de otros y más responsables con nosotros mismos. Ven Espíritu Santo, renueva la faz de la tierra y de paso el corazón de cada uno de nosotros.