Por Hna. Marta García, para Diario Crónica Chillán.
El domingo pasado celebrábamos la Pascua de Resurrección, después de una Semana Santa atípica, otra más, marcada por las restricciones sanitarias, y sin las expresiones religiosas a las que estamos acostumbrados. Se echa de menos a la comunidad reunida, pero no sólo en estas fechas, sino en muchos momentos del año.
Pero visto con fe, de toda situación somos capaces de sacar un bien para el ser humano, incluso de una pandemia. Ya que uno de los riesgos, es que nos quedemos en la cruz, sin ver al Crucificado, y mucho menos llegar al Resucitado. La ausencia de ritos, nos tiene que hacer reflexionar, que la oración comunitaria, los sacramentos, las celebraciones, los momentos de reflexión, cursos, clases… se quedan en algo vacío si no implican la vida, si pasan a ser un acto espiritual o formativo individual que no me transciende y sólo me alimenta a mí. El no poder tener las celebraciones propias, ojalá que nos haya servido para mirar a los crucificados de nuestro mundo, a los que siguen necesitando de la entrega de nuestras vidas para poder levantarse, resucitar y vivir con dignidad. No me sirve de nada mirar dos palos de madera, si no descubro el rostro de quien está en ellos clavado.
No tiene sentido alguno que nos asombremos de cómo crece la cesantía, o cómo se multiplican las ollas comunes, hay que ver los rostros de muchos hermanos que son los que se están quedando sin trabajo y los que no están pudiendo llevar el pan a sus hogares. No alarmarnos por los que sienten, aman o piensan de forma diferente. Tenemos que eliminar las cruces de todos estos crucificados por nuestra sociedad. Y eliminarlas, no es sólo acabar con esas situaciones de pobreza, de falta de recursos, o de marginación; es implicarse en la vida de esas personas, no hay que actuar sólo contra el problema si no que hay que tocar el cuerpo de Jesús herido en ellas. Acompañar, acercarse, estar con hermanos concretos y reales, dejarse interpelar y cuestionar. Mientras que nuestras vidas no se afecten de verdad ante los crucificados, corremos el riesgo de que incluso la solidaridad sea un rito más que nos deje tranquilos. Mientas que, nuestra vida está llamada a ser, vida para todos. De la cruz colgó un hombre, Jesús de Nazaret, que pasó por la vida haciendo de ésta una existencia por y para el que tenía a su lado. No sólo para el que estaba ahí, también saliendo a buscar a otros que estaban más lejos. Si a la cruz de Jesús la quitamos todo el recorrido vital que trazó antes, entonces la hacemos perder su sentido y significado, quedando en uno de los múltiples crímenes de la humanidad a lo largo de la historia, la muerte de un inocente más.
Aunque no haya eucaristía sacramental, habrá banquete y cuerpo de Cristo si mis manos alimentan al que lo necesita. Si parto mi pan, y si me parto y reparto a mí mismo para paliar soledades, enfermedades y recuperar al que quedó tirado al borde del camino, al marginado o abandonado. Entonces en mi vida se hará presente el Resucitado porque habrá vida y ésta en abundancia.
Para qué recorrer el Via Crucis o camino hacia la Cruz, si no soy capaz de ponerme en la piel de otro ser humano, si no lo respeto en su diferencia, o si no vivo abierto a lo nuevo y a lo que me pueda aportar. Cuando nos acompañamos desde el respeto, cuando nos facilitamos la vida y el camino, cuando descubrimos y dejamos que los demás aporten lo que tienen; entonces y sólo entonces, caminamos no hacia la muerte sino hacia la vida, y ésta feliz.
Dios no es un dios de muertos sino de lo vivos, y su voluntad es el ser humano, lo demás que deriva de todo ello queda en nuestras manos con libertad, para que lo usemos como un medio de vida plena para todos y cada uno. Somos invitados a entregar la vida por los crucificados del mundo, de la sociedad y de nuestro entorno más cercano, dónde a veces cuesta más mirar para descubrirlos, pero ahí están y son nuestro llamado. ¡Feliz Pascua de Resurrección!