Por Hna. Marta García, religiosa domínica, para Diario Crónica Chillán.
En este último tiempo todos hemos tenido la experiencia de ir a comprar al supermercado, o a otros lugares, y ver cómo el dinero no rinde nada, uno lleva diez mil pesos, si es que puede ser, y apenas puede comprar lo más básico… Además de la dificultad de encontrar algunos productos, siendo estos nada rebuscados, una medicina para la presión, una crema… La carestía de la vida está haciendo que haya que apretarse el cinturón.
Qué diferente todo de la primera Navidad, y de las que celebrábamos no hace muchos años. Unos padres primerizos, esperaban con el corazón encogido la llegada de su Hijo del que se auguraba algo grande, pero las circunstancias de la vida, como suele suceder, hicieron que no pudiera ser recostado en la cuna que aquel carpintero seguramente había tallado con sus manos soñando anticipadamente con la paz de su hijo allí dormido, o envuelto en las sábanas que su joven madre habría bordado con esmero, sino que acabó en un pesebre, en un lugar para los animales. Acogido por sus padres, y por pastores a los que no se les tenía en gran estima en aquella sociedad, pero fueron precisamente los más sencillos de corazón, los más maltratados por la vida, los que a lo largo de su peregrinar por este mundo, supieron encontrar y descubrir en sus palabras y en sus acciones al Hijo de Dios, igual que aquella primera noche.
Materialmente faltaron muchas cosas y comodidades, comparado con el presente, ahí ya no es ni imaginable el abismo de diferencias, pero no faltó el amor, la acogida cariñosa, la alegría, la preocupación de los que estaban más cerca para poder darle lo mejor. Y ese mismo ambiente es el que hemos tratado de reflejar durante muchos años, la familia reunida, la sencillez de una mesa compartida, que podía comenzar más o menos vacía, pero que se iba llenando de los aportes de unos y otros, pero, sobre todo, no faltaban las personas, y si no había sitio se hacía. Como dice un canto de este tiempo, “Navidad es una fiesta que tiene el particular, que aun estando apretados siempre hay sitio más. Navidad eres tú, Navidad es tu hogar, Navidad es el regalo de Dios a la humanidad”.
Quizás esta época de dificultades económicas y de otro tipo de complicaciones fruto de la pandemia, sea una oportunidad para recuperar el verdadero sentido de la misma. Alejémonos de las trampas del consumismo que nos anestesian y nos hacen creer que, por tener más regalos o más cosas, van a ser unas mejores fiestas. Dicen que hay que saber sacar de los perores limones que te da la vida, la mejor limonada, podemos hacer esa transformación. El Niño de Belén vino a mostrar al ser humano el verdadero camino de la felicidad y de la realización humana, que está sólo en el ser.
Este año entreguemos regalos de los que aumentan el ser, no el tener. De los que no se olvidan, de los que nos fortalecen y nos hacen mirar de frente los momentos más duros de la vida, cuando esta nos muestra su cara menos amable. Son ante todo momentos compartidos que edifican, y construyen el alma, nos hacen gustar la felicidad del Reino y se quedan con nosotros para siempre, son lo único que nos llevamos de este mundo, y lo mejor que dejamos a los que se quedan.
Por eso, aprovechemos a regalarnos unas fiestas navideñas en las que no falte el amor, la hermandad, la preocupación por el otro, la alegría de poder estar, más en un tiempo en el que hemos permanecido separados y algunos han partido sin casi una despedida. Regalemos a los más pequeños de la casa, también a los mayores, por qué no, una Navidad de las que llenan el corazón, que hagamos presente en medio de los que se reúnen a Dios hecho ser humano.
Qué la humildad y sencillez de estas fiestas nos hagan más humanos, más hermanos, y entonces podremos decir que hemos comprendido el misterio de la Navidad, porque al mirar a los ojos del otro, reconoceremos en él a Dios, que se hace nuestro hermano.