Por Guillermo Stevens, diácono, para Crónica Chillán.
Este tiempo de emergencia que estamos viviendo ha alterado de forma drástica el ritmo de vida de cada uno, posibilitando la aparición de lo mejor (y lo peor) de nosotros. El aislamiento que la autoridad está exigiendo, cuarentena mediante en algunos lugares, mientras no se descubra la vacuna, para muchos ha sido motivo de gran penuria, lo que debe motivar a quienes están en un mejor plano a no olvidarlo y a buscar formas de aportar, no dejando todo en manos del Estado.
Son muchas las buenas acciones que se están desarrollando, de distinta envergadura a nivel local. El viernes, en una Parroquia de la ciudad se daba término a una campaña, la primera de muchas como sus organizadores repetían, en que se solicitaba alimentos no perecibles. Por otro lado se está pidiendo dinero para ser depositado en una cuenta bancaria para destinarlo a iniciativas solidarias. En estos días también se terminaba el plazo para que las organizaciones sociales postularan a fondos regionales para proyectos de ayuda a adultos mayores. La Municipalidad ha estado distribuyendo canastas familiares. A nivel nacional, la autoridad gubernamental, entidades universitarias y la Iglesia también están haciendo lo suyo. Para ello se requiere dinero, imaginación, buena voluntad, aporte profesional, en fin, las características y potencialidades que cada uno, a su nivel posee.
Sabemos que lo importante es disponer de trabajo el que está siendo afectado con gran impacto para los trabajadores y sus familias. No es el momento para aprovecharse de esa situación por quienes conservan sus empresas activas. La autoridad ha implementado mecanismos para proteger el empleo que por la celeridad en su diseño no ha incluido adecuadas cortapisas legales para evitar su mal uso. Es a sus gerentes y directores a quienes corresponde discernir lo que está bien de lo que no se puede y actuar en consecuencia.
El papa Francisco en una de sus exhortaciones nos recordaba que todos estamos llamados a la santidad y que aun valorando la vida de aquellos que por sus virtudes extraordinarias fueron elevados a los altares para servir de modelo de vida, nos hacía ver que cada uno, en su propio camino y con sus características propias debía esforzarse en realizar en forma extraordinaria lo ordinario de cada día, teniendo presente en todo momento el bien de la comunidad.
Si cada cual en el lugar en que esté, en un clima de diálogo y no de descalificación entrega su aporte, este mal tiempo será más llevadero y menos largo.