Por Guillermo Stevens, diácono, para Diario Crónica Chillán.
En octubre del año pasado se inició con una fuerza imprevisible una protesta social que convulsionó al país muy seriamente. Esto no fue un hecho aislado en Chile, pues en otras partes del mundo (Francia, Hong Kong, Ecuador, etc.) también ocurría lo mismo. Será ocupación de los analistas sociales avanzar en la precisión de las causas que la motivaron en un país que, para ese entonces, en palabras del Presidente era un “oasis en Latinoamérica”. Lo claro es que ello provocó muertos, civiles heridos (350 con severos daños oculares) y carabineros lesionados; una pérdida económica en el patrimonio público y privado del orden de 3300 millones de dólares y centenas de miles de puestos de trabajo que ya no están. En el intertanto, apareció el Covid-19, el que por causas difíciles de entender dado el nivel de educación, cobertura sanitaria y capacidad organizativa del Estado nos tiene, entre 194 países, en el lugar 2° de casos por millón de habitantes (pmh) y 5° de muertos pmh con su carga de sufrimiento y el efecto económico negativo que ello ha provocado.
Sin embargo, todo esto ha generado una reacción positiva, que Dios mediante, provocará una corriente benéfica que será responsabilidad de todos potenciar. Podemos mencionar dos expresiones: La primera es la gran corriente de solidaridad por hacer la crisis más llevadera. Se ha extremado la inventiva para generar iniciativas de apoyo promovidas por líderes de opinión, organizaciones sociales y gremiales, iglesias, voluntariado, muchas apoyadas por el Estado. Así se han multiplicado las ollas fraternas, colectas, actividades solidarias, formas de acompañamiento a adultos mayores, campañas por fortalecer la ayuda sanitaria, disponibilidad del personal de salud, etc. En esto ha sido de una ayuda inestimable el avance tecnológico para organizar, difundir, comunicar y distribuir el producto de la ayuda.
La segunda es el proceso constituyente que se ha echado a andar y sobre el que se ha depositado grandes esperanzas sea para la reforma de la Constitución vigente, una más, o francamente redactar una nueva, nunca enteramente nueva, por cierto, según sea el resultado del plebiscito del próximo 25 de octubre, donde al mismo tiempo se fijará el mecanismo para llevarlo a cabo.
Ambos procesos con origen traumático como lo hemos reseñado, nos han brindado una oportunidad, con los claroscuros de toda actividad humana, para construir un mejor país con una mirada de futuro, si podemos asumirlo adecuadamente.
Guillermo buen análisis, y mejor aporte, pero me quedo por segunda vez qué nos quisiste decir más, pero algo te retuvo.
Sólo un pequeño agregado. La unión, los nuevos grupos de oraciones, la fraternidad, la ayuda solidaria y la fe de un futuro mejor y en Paz de los católicos, nos enorgullece cómo RESERVA ÉTICA Y MORAL de este aporreado y querido país, llamado Chile.