Por Hna. Marta Garcia, para Diario Crónica Chillan.
En estos días he tenido el placer de conocer a una mujer excepcional. Con cuatro chiquillos su esposo se metió en el mundo de la droga, y se olvidó, del mundo de su familia. Gracias al apoyo de sus vecinas, comenzó a pintar, a hacer muebles… y algunas tareas más de construcción, que ella hacía antes en su casa por ahorrar unos pesos y para no tener que buscar a nadie. Y con eso, y vendiendo algunas cosillas, sacó a sus hijos adelante. Hoy tiene la dicha de verlos a todos como personas maduras, con sus trabajos y sus vidas dando los frutos que con tanto esfuerzo ella sembró.
Mujeres como ella, hacen que el día de hoy tenga un verdadero sentido, fuera de todo lo comercial que se nos impone desde fuera. El tener y el consumir se nos han metido tan fuerte en la vida y por tantos medios, que hasta se quedan detrás de una neblina, historias de mujeres, madres como ella, que son el origen de esta celebración.
Cuantas y con cuanto esfuerzo y dedicación han sacado a sus familias adelante en medio de dificultades, consiguiendo que desde su vocación a la maternidad el mundo fuera un lugar mejor y más amable, porque han fecundado vidas de seres humanos nobles, generosos, de grandes valores y sueños.
A todas ellas las precedió una gran mujer, María. Nos cuenta el Evangelio de Juan, como ella empujó a su Hijo para que diera el primer paso, el primer signo en las Bodas de Caná, aquella agua que se convirtió en vino. María supo descubrir las carencias de aquel ambiente; faltaba el vino que alegra el corazón del hombre en aquella fiesta, y al mismo tiempo, ella supo de quien se podía fiar, sabía quién no fallaba en los momentos de dificultad, sabía que merece la pena caminar tras sus huellas, que eso le da sentido y plenitud a la vida. Y así, se transformó lo que podía haber sido una deshonra para la familia que invitaba al banquete, en el paso y la actuación de Dios. Sólo le bastó una frase “hagan lo que Él les diga”.
Creo que así se perfila bien la imagen de la madre, son aquellas que siendo, madres de la guatita o del corazón, como le explicaban a un pequeño que había sido adoptado, las que tienen la capacidad de transformar la carestía en bonanza, de una situación de dificultad salen adelante con una pasión que sólo es capaz de mover el amor que ellas nos profesan, conducen los pasos de los hijos por el camino que les lleva a la felicidad, aunque a veces haya que dar un empujoncito y las suponga un desaire del hijo o de la hija. Nos precedieron en la vida y en la fe.
Con unos matices o con otros, siendo historias de más esfuerzo o de menos, todas ellas merecen, al menos un día, nuestro reconocimiento. Debería ser cada día del año, así como cada día ellas se siguen desvelando por los suyos, porque una vez que los hijos llegan a sus vidas, ellas ya son madres para siempre, es una tarea que no acaba nunca, de pequeños problemas pequeños, y de grandes problemas grandes, ellas no dejan de amar y de ser lo que son, y estoy segura que cuando las que ya no están entre nosotros, llegan al Padre en el Reino eterno, siguen en esa hermosa labor de presentar a Dios las carencias de los hijos para que Él siga transformando esa agua en el vino que se sirve en el banquete del Reino.
Además de devolverles en la vida, la ternura, los desvelos, los cuidados con que nos criaron y educaron, no olvidemos nunca a las que tienen que desenvolverse en situaciones más difíciles, no dejemos de ser los profetas que reclaman la justicia para que su tarea, ya de por sí valiente y esforzada, no se vea más complicada de lo que es por naturaleza. Creemos los medios y las estructuras que las permitan con dignidad y protegidas, realizarse en su vocación.
A todas ustedes, mamás, muchas gracias, porque además del amor incondicional recibido, desde el mismo somos capaces de comprender cómo es Dios y cómo nos ama. Felices sean para cada una de ustedes, todos los días del año, se lo merecen.