Por Paulina Benavente para Diario Crónica Chillán.
Hace menos de una semana comenzó en nuestro país el proceso de vacunación masiva contra el covid 19. En el relato de algunos de los adultos mayores que acudieron a los centros de salud se reflejaba la esperanza, la alegría y el anhelo de poder reencontrarse con quienes aman y que, por casi un año, no han podido compartir ni menos abrazar. Es como una luz al final del túnel, un tiempo que para muchos ha tenido como protagonista la soledad y las despedidas dolorosas. Son miles los compatriotas que han muerto por esta enfermedad, son cientos de horas trabajadas de manera extenuante por el personal sanitario y de quienes ayudan a enfrentar este mal como sociedad. A pesar de esto aún hay quienes, de manera obtusa, se niegan a colaborar o a asumir conductas responsables frente a una pandemia de magnitud insospechada. Ya no nos sorprenden las fiestas clandestinas, las aglomeraciones irresponsables, y tantas otras conductas generalmente promovidas por personas jóvenes o adolescentes.
Se les citó a vacunarse y acudieron. Parece algo obvio, pero que en una sociedad como la nuestra ya no resulta tan habitual. El sentido de responsabilidad con uno mismo y con quienes nos rodean se ha ido diluyendo y han aparecido una serie de justificaciones egoístas y fantasiosas que intentan conformar respuestas. Una vez más nuestros adultos mayores nos dan ejemplo de como enfrentar la vida de manera responsable y solidaria, comprometida, valiente y derechamente consecuente. Sí, consecuente, porque han dejado de lado sus legítimos temores para dar paso a la confianza, y dar muestras una vez más, de como a través de estos procesos nuestro país y la humanidad completa ha podido enfrentar diversas enfermedades. No se creen dueños de la verdad, no conspiran frente al mundo, no se sienten el centro del universo aún cuando han vivido los avances tecnológicos y sociales más sorprendente de los todos los tiempos.
Hoy me atrevo a decir que nuestros mayores son la primera línea de esta respuesta, esa que está atenta, que quiere colaborar, que le importa lo que pasa con el dolor del otro. No están poseídos de esa vanidad adolescente que cree que todo lo anterior es pasado de moda, que se creen con el derecho de mirar en menos todo lo conseguido por cientos de generaciones. Al mirar nuestra sociedad vemos la arrogancia de quienes desprecian la vida de otros, del que está por nacer, del que está pronto a morir, de aquel que piensa distinto. Hoy nos dan una lección, no salen a las calles a incendiar o a destruir, sino que se levantan para llenarnos de esperanza, para dialogar, para sonreír, por ellos, por los otros y también por mi.
Que buena reflexión