Por Hna. Marta García, para Diario Crónica Chillán.
Cuentan que había un dueño de una viña, que la arrendaba a unos labradores. Llegado el tiempo de cobrar el precio acordado, envió a unos trabajadores para que lo recibieran en su nombre, pero los arrendatarios apalearon a los empleados. Decidió pasado un tiempo mandar a su propio hijo, pensando que por ser su heredero, iban a respetarlo. Pero muy por el contrario a lo que él creía, mataron a su hijo. Al ver el dueño de la viña, que además eran unos malos agricultores, decidió quitarles la viña y entregársela a otros que la pudieran trabajar.
Algo parecido es lo que contó Jesús en una de sus parábolas, y el evangelista lo recoge en su testimonio. Contiene un detalle en el que raramente nos fijamos, dado el rico contenido y el significado que tiene la misma. Y es que, sorprende que el dueño, a pesar del maltrato que recibieron sus trabajadores, y del asesinato de su hijo, en ningún momento reacciona con violencia. Ante los golpes que recibieron sus trabajadores, decidió enviar a alguien por quien él hubiera dado su vida, con seguridad, lo mejor que había en ella, a su propio hijo. Y aún muerto su propio hijo, simplemente decide finalizar el contrato y buscar otras personas.
Estamos a las puertas de un plebiscito en el que podemos expresar nuestra opinión democráticamente, demostrando lo que con esfuerzo y sacrificio se ha construido: una sociedad que vive en democracia, una comunidad madura, con un bienestar que incluso posibilita la acogida de aquellos que llegan buscando un futuro mejor. Cierto que aún nos quedan muchas cosas por mejorar, y éste es más que nunca el momento de buscarlo, como lo son también todas las ocasiones en las que un pueblo que vive en libertad tiene la oportunidad de, con su voto responsable, elegir el futuro de una nación, de una ciudad o de una comunidad más pequeña.
Lo que se ha conseguido con el esfuerzo y sacrificio de muchos, no se puede perder por actos violentos. No podemos justificar ninguno, y menos los ejercidos contra seres humanos o contra los medios que les permiten sostener a sus familias.
Si empezamos a justificar un solo acto violento, comenzamos a construir una sociedad en la que hay seres humanos de primera y segunda clase. Cada criatura merece el respeto de su vida, de su opinión y de sus creencias. Ninguna de ellas merece ser golpeada, ni insultada tan siquiera, y mucho menos afectada en su propia existencia. No podemos afrontar ninguna ocasión de sufragio pensando que tal o cual persona, merece lo que recibió por defender tales ideas. No, porque estaremos ejerciendo un derecho humano, al mismo tiempo que estamos destruyendo los del hermano con el que habitamos.
Tenemos la oportunidad de arrendar la viña, de cuidar lo que nos ha sido entregado y tenemos que demostrar la altura humana, la madurez que como ciudadanos hemos alcanzado con los años, y con lo que nos ha enseñado la historia.
Como cristianos tenemos el compromiso de edificar una sociedad basada en la justicia y en la paz. El Concilio Vaticano II resaltó con contundencia que no se puede construir una sociedad en paz, mientras no haya justicia y libertad verdaderas.
El diálogo y la participación democrática en la que podemos expresar nuestra opinión, sea la que sea, ha de ejercerse desde ese mismo presupuesto de justicia, libertad y paz hacia los derechos y posicionamientos del otro. Cuanto más hacia su vida e integridad física.
Hablamos de elementos y valores válidos para cualquiera, con independencia de su credo u opción política, no estamos defendiendo ni una postura ni otra, sólo tratamos de hacer valer los derechos de todos, y eso sólo es posible desde una actitud de condena hacia cualquier tipo de violencia.
Mucho más para aquellos que nos decimos cristianos, cobra esto especial relevancia, ya que nos sentimos llamados a construir el Reino de Dios, la vida al estilo que Jesús propuso, en medio de la sociedad en la que vivimos, cada uno desde su vocación u opción de vida. Vayan a sufragar y háganlo en paz. Así construimos el Reino, así edificamos una sociedad en la que se respetan los derechos y libertades de todo ser humano.