Por Hna. Marta García, domínica, para Diario Crónica Chillán.
Hace un año aproximadamente salíamos a la calle como diócesis en una petición por la paz. Se producía en medio de un estallido social que en justicia reclamaba pero que, en sus extremos y entre algunos interrogantes, había caído en la violencia.
En general había un consenso y acuerdo de que las cosas no están bien como están, hace falta un sistema de pensiones digno que permita a nuestros mayores que la edad dorada, sea eso, dorada; tiempo para descansar y disfrutar de la vida. Hace falta que el sistema de salud pública cuente con los recursos suficientes para atender a quienes pagan sus impuestos, y para que la sanidad no se convierta en un lujo o en algo a lo que sólo algunos tienen acceso. Una educación de calidad y en gratuidad en todos sus niveles, que las mujeres sean respetadas en todos sus derechos… y un etcétera que cada uno podrá matizar según su experiencia.
Pasado este tiempo, se hace sentir en la sociedad chilena, lo cual quizás venía ya desde antes, un enfrentamiento casi visceral por diversos temas… Para los que venimos de fuera, somos impactados nada más llegar por la solidaridad y la fuerza de un pueblo que sabe unirse para levantarse de las catástrofes naturales y de otros acontecimientos que marcan su historia. Es algo admirable, y que nos gustaría que se contagiara a otros países, también el orgullo por la tierra, por sus gentes, su bandera, sus costumbres… pero poco a poco se han ido levantando muros de división, de odio, de deseo de venganza… que nada tiene que ver con ese Chile que nos enamora y que hace que nos quedemos aquí y nos sintamos como en casa. Haciendo realidad lo que dice el cantar, “si vas para Chile…”
Y precisamente ese clamor general que aunaba, que pide justicia en la paz, o paz en la justicia, parece difuminarse con el transcurrir de los acontecimientos.
Estamos a las puertas de celebrar la Navidad, es el Nacimiento de Dios en nuestra humanidad, es la caída del mayor muro, Dios y el hombre unidos para siempre. Desde siempre el hombre había estado en el corazón de Dios, pues Él lo mira como su hijo querido, como el amor de sus ojos, lo siente como una madre a su criatura en su seno, desde que el ser humano pisó la tierra. Pero nosotros no comprendimos esto en su profundidad, hasta que no se produjo la revelación definitiva de Dios a través de su Hijo Jesús: porque nos muestra que el verdadero rostro del Padre, es misericordia.
Esta pandemia ha hecho aflorar la injusticia escondida, la desigualdad y la debilidad a la que estaban sometidos muchos conciudadanos nuestros. Y precisamente también por eso, esta Navidad en pandemia nos tiene que llevar a derribar esos muros que nos dividen. Si lo que más nos podría haber costado comprender como humanidad, es que Dios nos ama incondicionalmente, si ese muro ha caído con el Nacimiento de Jesús, no podemos permitir que otros, tiren por tierra lo que se ha construido con tanto esfuerzo y sacrificio, una sociedad que destaca por su fraternidad y unidad, para ejemplo de otras naciones.
Esta Navidad en pandemia que vamos a celebrar, nos tiene que hacer reconducir los pasos por el camino de la hermandad, ése que se hace codo a codo, mirando a los ojos del otro cuando dialogamos, y con la disposición a ponerme en su piel para comprender lo que piensa y siente.
Si en esta pandemia que hemos vivido, no hemos sido capaces de ser mejores, de conseguir que nuestro corazón sea más cálido y acogedor para él otro, habremos perdido el tiempo, y difícil será que nada nos haga despertar. Si en esta Navidad en pandemia, no somos capaces de celebrar y vivir la fraternidad, entonces, ¿cuándo comprenderemos el misterio y milagro de la Navidad?
Dios es un amigo,
porque se hizo hombre.
Dios es un amigo,
Dios es uno más.
Alegra esa cara
y canta conmigo:
¡Si somos hermanos,
hoy es Navidad!
Que estas Navidades sean la fiesta de la hermandad sin muros, entonces Emmanuel, Dios-con-entre-nosotros, habrá nacido en cada corazón. Desde ya, ¡Feliz Navidad!
Simple y Maravilloso, gracias