Por Guillermo Stevens, diácono Obispado de Chillán.
Agosto, mes en que la Iglesia chilena celebra el Mes de la Solidaridad en torno al recuerdo del padre Hurtado, quien por su servicio a los pobres (v.gr. Hogar de Cristo, labor sindical) y consecuencia de vida en grado ejemplar fue elevado a los altares, puede servirnos para referirnos a la santidad y algunas de sus implicancias.
Pareciera que hoy, salvando la emergencia de la pandemia, lo que más interesa a las personas es la solución de los problemas del día a día, con sus goces, propósitos y dificultades, lo que se contrapondría a la santidad entendida como separación del mundo y perfección al modo de los santos canónicos, pero si la santidad la vemos como una invitación a “vivir extraordinariamente las cosas ordinarias de la vida” como cualquier persona que va encontrando en todos los ámbitos la posibilidad de servir y ayudar, es una alternativa cercana y atractiva que brinda felicidad.
El papa Francisco habla de “los santos de la puerta de al lado” y lo ejemplifica con los padres que crían con amor a sus hijos, los trabajadores que llevan el pan diario a su casa, las personas que siguen viviendo con optimismo a pesar de las inmensas dificultades con que diariamente se enfrentan. Para ello ofrece como plan de vida la bienaventuranza (Mateo 5) que para el creyente es acoger a Dios en su corazón y actuar como allí se enseña
Así, la santidad sería “saber llorar con los demás”, compartiendo el sufrimiento ajeno y afrontando las situaciones dolorosas, sin dejarse llevar por la indiferencia, ni el individualismo, sino solidarizándose con el sufrimiento de los sufrientes para transformarlo en esperanza de una vida mejor. Sería “tener hambre y sed de justicia”, como una forma en que se debe construir la sociedad. La santidad sería “ser misericordiosos” y trabajar por la paz” que supone el no excluir a nadie. Más aún, como una actividad permanente, pues se nos llama a ser artesanos de la paz, significando con ello que es una tarea de todos los días, una actitud dinámica, considerando además que la paz no implica ausencia de conflicto, sino construcción continua de la búsqueda de consenso, de armonía, de acuerdos siempre provisorios.
La situación por la que la humanidad atraviesa y nuestro país con ella, es una inmensa posibilidad de revisar cómo hemos estado viviendo. Y particularmente, la forma cómo nos hemos estado relacionando con “el vecino (santo) de la puerta del lado”.