Por Luis Flores Quintana, sacerdote diocesano.
La noticia del fracaso de un procedimiento de donación y trasplante que, hasta donde sabemos, podría haberse logrado con total éxito, ha provocado un tenso debate nacional. En Chile, el camino para lograr trasplantes ha sido difícil a pesar que más de una ley ha intentado aumentar el número de donantes sin conseguirlo. Todo esto, supone una estrategia educativa y cambio cultural para el cual se necesitan tiempo y recursos. Los últimos años han sido disímiles en el logro de dicho procedimiento, el año pasado quebró la curva de alza de los años anteriores y este 2019 las estadísticas muestran mejores resultados.
Cuando se fracasa en cualquier ámbito de la vida, la primera reacción es el desánimo marcado por la búsqueda de responsables. “Nos piden ser donantes”, expresó uno de los familiares de Joaquín, el joven que en vida manifestó su deseo de ser donante y cuya historia terminó en una noticia que indignó a la ciudadanía y dejó en evidencia lo que impidió lograr el procedimiento. Cuando se donan órganos se le entrega a la sociedad un bien valioso, por lo tanto, el Estado, como representante social, no los puede gestionar como si fueran una cuenta de ahorro donde los bienes tienen alzas y también pérdidas. En toda donación y trasplante lo que está en juego es la vida, el respeto de la dignidad de las personas, la salud y la solidaridad.
Joaquín y su familia hicieron lo que tenían que hacer, pero no hubo los trasplantes que se necesitaban. Sin embargo, la donación fundamental de Joaquín sí la pudimos recibir en su testimonio de generosidad y solidaridad, que no debemos desaprovechar.
Los cristianos y todas las personas que buscan el bien estamos llamados a ser generosos. La donación de órganos es una hermosa y moderna expresión de la caridad cristiana: dignifica a la persona que en su muerte llega a ser apoyo de vida para otros, manifiesta una noble preocupación por el respeto a la vida de los demás e implica un sentido de comunión con la humanidad.
El Evangelio proclama que no hay amor más grande que el dar la propia vida por otro. Hay que buscar que, como sociedad, mejoremos las condiciones para que los bienes disponibles lleguen a quienes los necesitan, en todo sentido y, especialmente, cuando se trata de la salud y órganos que puedan salvar vidas. En lo que a cada uno corresponde, recibamos el testimonio de Joaquín y sigamos siendo donantes.