Por Hna. Marta García, para Diario Crónica Chillán.
Pedro, ¿me amas? Sí, Señor tú sabes que te quiero… Y hasta por tres veces tuvo Jesús que preguntarle porque Pedro no entendía el calado de aquellas palabras de su Maestro. Qué diferente es amar de querer. A las personas se las ama, se les entrega la vida, se las cuida, uno se sacrifica con gusto por aquellos a quienes lleva en el corazón, o por aquella misión que siente que ha sido confiada en sus manos… Las cosas se quieren, porque las necesito, porque me gustan, porque tienen una utilidad más o menos duradera.
A Pedro le costaba entender la diferencia, no captaba que Jesús le pedía un compromiso de vida de la hondura de su entrega, una vida dedicada a los demás, buscando la justicia, la libertad, el bien del otro… y para eso no basta con querer. Aún así, a cada una de las torpes respuestas de Pedro, Jesús reacciona con paciencia: “Apacienta a mis ovejas…” Hasta que finalmente a Pedro “se le cayó la teja”, como solemos decir, y descubrió que lo que Jesús le preguntaba, nada tenía que ver con lo que él estaba contestando.
Para los tiempos que nos están tocando vivir, y para los que vamos a ir viviendo como sociedad chilena, o habitantes de esta bella tierra, este texto nos permite sacar grandes enseñanzas.
La primera de todas ellas es la necesidad de una comunicación efectiva, de diálogo sincero. Para lo cual se requiere escuchar con hondura, meditar lo que el otro propone antes de dar una respuesta, para que no nos pase como a Pedro que hablamos en sintonías diferentes. El tiempo de la redacción de una nueva constitución, requiere de muchos momentos de diálogos, conversaciones generosas y corazones abiertos, apoyados en el respeto mutuo. Con la pedagogía que nos muestra Jesús en el Evangelio, la de aquel que sabe respetar los tiempos y procesos del que tiene enfrente para que también el otro pueda comprender aquello que estoy proponiendo.
Como nos recuerda el Papa Francisco en su última encíclica “Frattelli Tutti”, Hermanos todos, el diálogo sincero tiene que nacer de una verdadera disposición a dejarnos interpelar por lo que el otro tenga que decir, partir del presupuesto de que todos tenemos algo que aportar y que nadie tiene la verdad absoluta. Además, un diálogo auténtico, su pone muchos esfuerzos para llegar a acuerdos, sacrificio y búsquedas para alcanzar metas. Si partimos de una posición de atrincheramiento en mis ideas u objetivos, lo más fácil es que acabemos a golpes. Y esto dicho muy literalmente.
La segunda gran enseñanza para este momento, puede ser que el querer no basta. Jesús hablaba de dar la vida para la realización del reino de Dios, para eso hace falta amar al otro tanto como a uno mismo. Para la redacción de la carta magna de un país, casi podemos aplicar lo mismo, siempre que los ideales que nos mueven sean la justicia y paz verdaderas y no los propios intereses. Si sólo somos capaces de querer al otro, al ciudadano que no conocemos, entonces, utilizaremos a la persona para mis objetivos, hasta que la necesitemos o mientras podamos sacar un provecho.
Se necesitan que los hombres y mujeres elegidos que se van a sentar a poner las bases de lo que regirá el futuro de la nación, entiendan de este tipo de amor que lleva a dar la vida, a buscar el bien del otro, incluso aunque se haya declarado mi enemigo. Amor que tiene la capacidad de escuchar y de renunciar en vistas al bien común, al de todos, especialmente el de los más vulnerables.
Tener personas al frente que no saben de diálogo profundo y sincero, y que no saben de amar y de dar la vida, no nos llevará a ninguna parte. Seguiremos metidos en un bucle de leyes que unas veces benefician a unos y otras a otros, mientras que los demás, seguimos soportando las mismas dificultades, injusticias y penurias… Qué podamos llegar a decir con las palabras y con la vida; Sí, Señor, (o hermano/a) tú sabes que te amo.