Por Paulina Benevante
Esta semana recién pasada ha sucedido algo silencioso pero de gran valor en nuestra iglesia diocesana. Las Religiosas Misioneras de Santo Domingo, comunidad que por años ha permanecido en Chillán, asumió de manera oficial la conducción de la Parroquia Santo Domingo. A la cabeza estará la Hna. Marta García Gómez quien tiene todas las facultades propias de un párroco, salvo las de carácter presbiteral. Esto es de verdad un gran hito, que si bien responde a la necesidad de nuestra iglesia por la falta de sacerdotes, no es menos cierto que también es un acto de apertura, reconocimiento e incluso justicia a la labor permanente, y hasta me atrevería a decir heroica, de muchas mujeres que se entregan sin medida para hacer de nuestra iglesia un espacio real y concreto del encuentro con Dios.
Se equivocan quienes ven en las mujeres creyentes personalidades pusilánimes o de una piedad caricaturizada, muy por el contrario, son las mujeres quienes por siglos hemos sido las responsables de transmitir la fe y de hacer de los espacios eclesiales lugares más humanos. Basta con mirar quienes son las que mayoritariamente han realizado las catequesis, los acompañamientos a personas enfermas, las charlas bautismales, etc.
Por otra parte, en un ámbito más social, pero también relacionado con nuestra iglesia es que por primera vez en 121 años de vida e historia del Colegio Seminario Padre Alberto Hurtado la celebración de su aniversario fue presidida por una mujer, la Rectora Sra. Rommy Schalchli. Estos acontecimientos no son casualidades, son la mano de Dios que nos indica algo. Son los nuevos aires que por fin entran en nuestra iglesia y en nuestros espacios, donde queda claro que lo importante es tener siempre a las mejores personas a cargo sin importar si es un hombre o una mujer.
Lejos de mi intención está el convertir este artículo en una guerra de sexos, tampoco tengo en mi horizonte el anhelo del sacerdocio femenino (aunque respeto a quienes sí lo tienen), sólo quiero manifestar que este acto sucedido en Chillán, estoy segura, es el camino que debe seguir nuestra iglesia si quiere volver a ser una iglesia viva, coherente, que mira a todos con igual dignidad. Son los primeros pasos para que de verdad sea cierta esa frase tan repetida, pero tan distante en ocasiones: Todos somos iglesia.