Por Sergio Pérez de Arce, para Diario Crónica Chillán.
La próxima convención constituyente nos recuerda la importancia del diálogo en la convivencia social. Alguien dirá que ahora se insiste en el diálogo, cuando se ha conformado una mayoría transformadora y ya no operará la capacidad de veto de un sector político, pero la búsqueda de acuerdos siempre es fundamental, incluso aunque aparentemente tengamos pensamientos más cercanos. Desde la Iglesia constantemente lo hemos planteado como una exigencia para la convivencia, basta leer lo que el Papa nos dice en el capítulo sexto de su Encíclica Fratelli Tutti.
El grupo de constituyentes es bastante plural. Aunque priman quienes estarían por cambios profundos al actual modelo de desarrollo, la fuerte presencia de independientes acentúa la diversidad. La variedad de ámbitos sociales y culturales en que la mayoría de ellos se mueve, introduce una cierta incertidumbre sobre la coincidencia real en los intereses de fondo. Pero, en definitiva, parece un grupo más representativo del país y de su pluralidad. Muchas veces el diálogo se ha concentrado en las élites, en los que detentan ciertas formas de poder económico y político. Un grupo más inclusivo, si dialoga bien, quizás se acerque mejor a la construcción del bien común.
Esto, por supuesto, no es automático. El diálogo requiere escucha y respeto por el punto de vista del otro; no partir descalificándolo, sino creer que tiene algo que aportar, algo que puede enriquecer mis propias ideas. Por supuesto que todos tenemos convicciones y valores que deseamos que configuren la edificación de la sociedad: es el motivo por el cual alguien entra a participar “militantemente” de la vida política y social. Pero esas convicciones y valores siempre se han de promover en apertura a los otros, y no desde actitudes cerradas donde cada uno mantiene intocables y sin matices sus ideas y opciones. Solo así estamos ante un “diálogo” y no únicamente monólogos que se superponen, sin influenciarse nunca.
Un diálogo auténtico, por otra parte, ha de realizarse en torno a la verdad, a la luz de unos principios universalmente válidos, y no solo como un consenso negociador donde no existe el bien ni el mal. Muchos no creen o ven imposible sostener una verdad objetiva, que está allí antes que nosotros y seguirá estando después de nosotros, pero es lo que nos permite no caer en un relativismo dañino para el ser humano. Porque la verdad de la que hablamos es, en definitiva, es el valor de la dignidad humana, que reconocemos con la razón y aceptamos con la conciencia. Lo que no significa caer en dogmatismos, pues esa verdad universal tiene que hacerse operativa para enfrentar los desafíos concretos de la realidad.
¿Será posible una nueva Constitución, fruto de una auténtica cultura del encuentro? Integrar a los diferentes siempre es difícil y lento, pero garantiza mejor la paz social, que es trabajosa y artesanal. “¡Felices los que trabajan por la paz!” (Mt 5,9)
Me parece muy claro, lo expresado, por nuestro obispo.
Me preocupa, que no se conozca bien el concepto, diálogo y más aún el concepto acuerdo, que es el objetivo de un diálogo responsable.