Por Sergio Pérez de Arce, obispo de Chillán, para Diario Crónica.
El título de esta columna corresponde a expresiones del Papa Francisco, contenidas en una carta reciente de la directiva de los obispos latinoamericanos a los líderes y gobernantes del continente, llamándolos a la integración y cooperación regional ante la crisis del Covid-19.
Que hay injusticia e inequidad en las estructuras sociales, lo sabemos bien, al menos como información, pero no parece haber siempre sentido de urgencia para provocar los cambios que se necesitan.
Los efectos sanitarios y sociales del Covid-19 son devastadores, señalan los obispos: “Más de 200.000 latinoamericanos y caribeños han muerto. Alrededor de 5 millones han sufrido el contagio. Se estima que el número de pobres llegará este año a los 215 millones, es decir, al 35% de la población de América Latina y el Caribe. Es un dato escandaloso que repercute en nuestras conciencias. Más que cifras, se trata de personas que superan en número el total de la población de Brasil y equivale a más de 60 veces el número de habitantes de Uruguay”.
A la base de esta realidad, está no sólo la injusta distribución de la riqueza, sino también su concentración en pocas manos, lo que se nutre del aumento de la pobreza. Es la injusticia estructural, resultado no de una maldición o un castigo divino, sino del “pecado estructural” y del “pecado ecológico”. Por eso urge buscar una vacuna ante este “gran virus”, pues como señala la carta: “No podemos regresar a una nueva normalidad. ¡Aspiramos a una mejor normalidad!, con justicia social y respetuosa de la Casa Común”.
¿Por dónde debiera ir esta vacuna? El llamado de los obispos es a la integración y la cooperación regional, expresada entre otras cosas en:
Construir soluciones conjuntas, en fraternidad latinoamericana, no solo en esta ocasión, sino mirando el futuro.
Apoyarse en el trabajo científico para producir los medicamentos que se necesitan y, así, “hacer entre todos lo que por separado ninguno o muy pocos pueden”. Esto permitiría enfrentar también enfermedades que causan aún más muertes que el Covid-19, que las farmacéuticas no producen porque no les resulta una política de producción rentable.
Favorecer un desarrollo humano integral, no solo un crecimiento económico. Esto supone políticas públicas que tengan presente, en primer lugar, a los hombres y mujeres de nuestra tierra y en especial a los más pobres.
Ante estos desafíos, la Iglesia quiere ofrecer su oración y su compromiso con la reconstrucción del tejido social, así como su dedicación pastoral por la defensa y el cuidado de la vida.