Por Paulina Benavente
Hace más de un mes que como país estamos viviendo una crisis de esas que parece que son muy difíciles de superar. Más que nunca aparecen ideas y sectores muy polarizados que lejos de pensar en los demás se endurecen en sus posiciones o se vuelven intransigentes dejando de lado la capacidad de mediar o de llegar acuerdos y deslegitimando a quienes sí los buscan, acusándolos con frases hechas y populista que buscan el desprestigio de los pocos lideres que van quedando.
Sin lugar a dudas que nuestra sociedad requiere de cambios profundos, de mover ciertas estructuras, de ensanchar pensamientos y por qué no decirlo también de crecer en el respeto y solidaridad entre unos y otros. Claro que existen derechos que deben asegurarse, el tener acceso a una salud digna, a vivir con pensiones que permitan satisfacer no sólo necesidades básicas, etc, esto nos debe mover a todos, no sólo como una opción política, pues el anhelo de ver una sociedad realizada y cohesionada por la búsqueda de la dignidad de las personas no es patrimonio de un sector sino que de toda persona bien intencionada. La mirada cristiana es así; cree también en las personas, y enseña a que cada uno allí donde esté debe hacerse responsable de la construcción de una sociedad para todos; Dios no excluye aunque a él lo excluyan.
El cambio no sólo es social sino que debe ser personal, el buscar el bien de los demás no se decreta constitucionalmente, sino que requiere de personalidades maduras, con conciencia social y respeto absoluto a quienes nos rodean. Justificar la violencia como una forma de expresión de las necesidades sociales es producto de una retórica perniciosa que puede hacernos transitar hacia un camino de desencuentro sin retorno, y nosotros quienes tenemos fe no podemos amparar esto. Estamos llamados a ser constructores de vida, sal de este mundo. Quien tiene una misión debe cumplirla y la nuestra no es otra que traer nuevamente a Dios a nuestras vidas y a nuestra Patria.