Por Sergio Pérez de Arce para Diario Crónica Chillán.
Puede parecer una alienación hablar del cielo cuando hay tantas cosas de qué preocuparse en la tierra. Pero es bueno reconocer que los seres humanos nos hacemos preguntas fundamentales o finales, tales como: ¿Qué hay después de la muerte? ¿Adónde vamos? ¿Hacia dónde se dirige nuestra vida? Y la celebración litúrgica de hoy, la Ascensión del Señor, nos ayuda a encontrar una respuesta. Porque Jesús asciende al cielo, llega a su meta, no para separarse de nosotros, sino para acompañarnos como Señor Resucitado, lleno de gloria, todos los días hasta el fin del mundo. Y llega a la meta como el primero de tantos, como Cabeza de su cuerpo, precediéndonos en el lugar al que también quiere llevarnos a nosotros, la casa del Padre. Se lo dijo a sus discípulos en la última cena: “Me voy a prepararles un lugar, para que donde yo estoy, estén también ustedes” (Jn 14).
¿Tiene esto importancia? Pues, claro, porque nos abre a la esperanza, pone nuestra vida en un horizonte de plenitud. No caminamos hacia la nada, en un peregrinar sin destino, sino que lo hacemos hacia un encuentro, hacia una vida de plenitud, hacia un abrazo de amor con el Padre, lo que ilumina nuestro presente.
¿Cómo el cielo ilumina nuestro presente? Primero, nos da consuelo en medio de las luchas, las tristezas, los cansancios…, porque ningún dolor es para siempre, porque sabemos hacia dónde se dirige nuestra vida, y sabemos también que el Señor no nos abandona en el camino. Segundo, nos ayuda a no absolutizar el presente, a no creer que nuestra vida se agota en el hoy, recordando esa sabiduría tan propia de nuestra fe: nuestra patria está en el cielo, somos peregrinos en este mundo.
Hay muchas maneras de absolutizar el presente. Por ejemplo, cuando se cree que el hoy es lo único y hay que disfrutarlo a rajatabla, entregándose a la diversión, al consumo, a pasarlo bien, sin medir las consecuencias, lo que tantas veces lleva a vidas superficiales o a experiencias límites, que tanto daño hacen. O cuando nos agobiamos exageradamente y las preocupaciones de la vida nos quitan serenidad, cuando creemos que nuestros proyectos son lo más importante y todo depende de nosotros… Tenemos que ser responsables con nuestro presente, fructificar los talentos que el Señor nos ha dado, edificar ese sueño que Dios tiene para la humanidad, pero sabiéndonos siempre peregrinos.
Mientras peregrinamos al cielo, sí tenemos que discernir el camino por el que lo hacemos. A veces somos como Tomás y le preguntamos a Jesús: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino?”. Y Jesús nos regala una palabra sorprendente: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí” (Jn 14, 6). O como lo explicita san Pedro: “Cristo, que padeció por nosotros, nos dejó un ejemplo, para que siguiéramos sus huellas” (1 Pe 2, 21). Seguir a Jesús es el Camino.