Abruma la cantidad de situaciones que dan cuenta, en los últimos meses, de la corrupción presente en nuestro país. En plena investigación del caso Democracia Viva, donde fondos públicos destinados a los más pobres fueron a parar a bolsillos particulares, avanzan también procesos a los ex alcaldes de Vitacura y Maipú, Raúl Torrealba y Cathy Barriga, por uso fraudulento y desvío de recursos y falsificación de instrumento público. El caso de Luis Hermosilla, connotado abogado descubierto queriendo sobornar a funcionarios del Servicio de Impuestos Internos, para beneficio de sus clientes, nos muestra la corrupción en el mundo profesional y privado. Y aquí más cerca, en nuestro Ñuble, los alcaldes de Ñiquén, San Ignacio y Bulnes, son actualmente procesados por delitos de cohecho y malversación de fondos. Y aunque ninguno de estos procesos está concluido todavía con la declaración de culpabilidad final, son situaciones graves y de alto impacto público.
¿Qué nos pasa, que la corrupción no para y se va engrosando una ya larga lista de casos en las últimas décadas: Las privatizaciones en tiempos de la dictadura, los pinocheques, las cuentas secretas de Pinochet en el Banco Riggs, los casos Coimas y MOP-Gate en tiempos de Lagos, el caso Penta que ayudó a financiar campañas políticas, el caso Caval que involucró al hijo de Bachelet, Corpesca que influyó en la Ley de Pesca, las situaciones que han involucrado altos jefes del Ejército y Carabineros, y un largo etcétera? ¿Es que todos roban y nadie se salva? Sin duda que no, muchos trabajan y sirven honestamente, pero lamentablemente la corrupción es un cáncer gravísimo. El amor al dinero es muy fuerte y la “ley del más vivo” impregna penosamente nuestra cultura chilena.
Este Domingo leemos en la Misa el texto de los Diez Mandamientos (Ex 20, 1-7). Dios entrega a su pueblo el Decálogo después de liberarlo de la esclavitud de Egipto, y lo hace para que viva en libertad y la conserve. Los mandamientos no son puras prohibiciones externas, sino una invitación a vivir en el respeto y la fraternidad.
El “No robarás” nos recuerda que es Dios quien entrega la Tierra prometida a su pueblo, y que se la ha dado a todos, no solo a unos pocos para que se aprovechen de ella en desmedro de los demás. “No robarás” es respetar los bienes del otro, pero también es justicia, equidad y solidaridad en las relaciones entre los hijos de Dios. Por eso también el Catecismo de la Iglesia, cuando habla del séptimo mandamiento, insiste, entre otros aspectos, en la justicia y la caridad entre los hombres, en la validez pero a la vez la subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes, y llama a promover la dignidad de los pobres. Hay muchas formas de robar. Roban los delincuentes comunes, y da mucha rabia; roban los corruptos y es un daño gravísimo al bien común, que es el bien de todos.