Por padre Sergio Pérez de Arce, para Revista Nuestro Camino.
La Iglesia en Ñuble no tiene cien años, su presencia y su misión en estas tierras se confunde con la misma historia de nuestra Región desde los tiempos de la Colonia, con más de 400 años de camino y numerosos hombres y mujeres dando testimonio de su fe y formando diversas comunidades e instituciones católicas.
Pero hay un momento relevante en este caminar, que es la creación de la Diócesis de san Bartolomé de Chillán, separada el 18 de octube de 1925 de la entonces Diócesis de Concepción, hoy Arquidiócesis, mediante la Bula Notabilitir aucto, del Papa Pío XI. Señala el documento pontificio, que también creó las diócesis de Linares y Temuco: “En primer lugar separamos del territorio de la dicha Diócesis (de Concepción) la parte que comprende toda la provincia de Ñuble y los departamentos de Cauquenes, Chanco e Itata, de la provincia de Maule, con veintidós parroquias, y en ella erigimos la Diócesis de Chillán, llamada así por la ciudad de Chillán, con sede episcopal en la misma ciudad, y elevamos su Iglesia parroquial de San Bartolomé Apóstol a la dignidad de Iglesia Catedral”.
Hoy nuestra diócesis coincide territorialmente con la Región de Ñuble, a excepción de dos de sus comunas (Coelemu y Ránquil) que eclesialmente son parte de la Arquidiócesis de Concepción. Ya no son parte de su jurisdicción comunas y sectores de la Provincia del Maule, mientras que la ciudad de Chillán está bastante más extendida que hace cien años. Hoy la población que abarca la diócesis alcanza unos 480 mil habitantes, con 31 parroquias.
El Código de Derecho Canónico nos dice que “la diócesis es una porción del pueblo de Dios cuyo cuidado pastoral se encomienda al Obispo con la colaboración del presbiterio, de manera que, unida a su pastor y congregada por él en el Espíritu Santo mediante el Evangelio y la Eucaristía, constituya una Iglesia particular, en la cual verdaderamente está presente y actúa la Iglesia de Cristo una, santa, católica y apostólica” (CIC n° 369). Esto último es lo más significativo y lo que le da una identidad singular a una diócesis: en ella está presente y actúa verdaderamente la Iglesia de Cristo, lo que nos exige a todos los fieles poner a Cristo en el centro y actuar en el mundo como sus testigos.
Durante este año 2024 iremos desarrollando diversas actividades de nos permitan reconocernos como comunidad diocesana, recoger agradecidamente nuestra historia y discernir lo que Dios nos pide hoy. Por supuesto que el sentido último del centenario no puede ser otro que renovarnos como Iglesia en la comunión y en la misión: más hermanos, más corresponsables, más misioneros.
Que Cristo Resucitado sople sobre nosotros su Espíritu Santo para llevar adelante su misión.