Por Sergio Pérez de Arce para Diario Crónica Chillán.
Los líderes de las confesiones religiosas existentes en Chile, han emitido una declaración pública acerca de la realidad que vive el país, el pasado 13 de marzo. El panorama que nos muestran es poco alentador, pues los problemas que estamos viviendo son graves y dan cuenta de un malestar generalizado que recorre la vida nacional. Entre otros aspectos, señalan el deterioro en nuestras relaciones cívicas, la crispación en los ánimos de las personas y grupos, el serio problema de la inseguridad, los innumerables casos de corrupción tanto en el ámbito público como privado, la incapacidad de los actores políticos para llegar a acuerdos sobre temas esenciales.
Especialmente crudo es el diagnóstico sobre el tema de la inseguridad, al constatarse que “el desprecio por la vida, el atropello a la propiedad privada y a las leyes se ha convertido en algo habitual. La expansión de la droga y la presencia del crimen organizado, no conocido en Chile, está destruyendo los elementos esenciales de la vida ciudadana y en particular nuestros barrios, familias y nuestra juventud”.
¿Es exagerada la mirada de estos pastores y dirigentes católicos, evangélicos, ortodoxos, musulmanes, etc.? Sin duda que no, pues está a la vista el dolor de quienes han perdido seres queridos en homicidios, el desgarro de familias que han visto morir a sus niños, el espanto que provoca ver adolescentes no solo entre las víctimas sino también entre los victimarios, el temor y la crispación que se expresa en los más diversos ambientes y el estancamiento que se manifiesta en materias políticas, económicas y sociales.
Sin embargo, la declaración no nos cierra en la oscuridad y la desesperanza, pues ve en la situación que vivimos una oportunidad para buscar acuerdos y consensos, haciendo un llamado apremiante para expresar en los hechos nuestro amor a Chile y a sus habitantes mediante un gran acuerdo nacional, que se aboque a resolver los graves problemas que enfrentamos.
¿Tendrá efectos este llamado? No abrigo muchas esperanzas, pues gran parte de los líderes políticos parecen cómodos en sus disputas, en su afán de posicionarse ante los medios, en sus cálculos para ver a qué cuota de poder podrán aspirar en las próximas elecciones, en sus propuestas simplistas para enfrentar problemas complejos. Pero la esperanza es lo último que se pierde, y ojalá el grito de quienes viven el dolor, la inseguridad, la pobreza, la incertidumbre… despierte en muchos el propósito de una mejor política y un verdadero compromiso por buscar el urgente bien común.
También espero que los ciudadanos despertemos, no solo buscando culpar a los otros de los problemas, sino aportando a una mayor fraternidad y un mejor clima de encuentro y colaboración mutua. Que escuchemos el llamado que nos hacen las religiones, volviendo a “las sendas del entendimiento y comprensión entre nosotros y trabajar por el progreso”.