Por Sergio Pérez de Arce, obispo, para Diario Crónica Chillán.
El desarrollo del cristianismo después de la muerte de Jesús no puede explicarse sin la resurrección. El encuentro con el Resucitado fue, para los discípulos, una experiencia inesperada y creativa, que los llevó a superar la frustración de la muerte y los lanzó a la misión. Pero no todo partió allí, pues ellos habían conocido y convivido con Jesús en su vida terrena, lo que los marcó profundamente. Las palabras y acciones del Maestro, sus signos de vida y liberación, su cercanía a los pobres, su manera de hablar de Dios, su modo de interpretar la Ley, en fin, su entero ministerio terreno, los impresionó a tal punto, que sus vidas cambiaron radicalmente, hasta dejarlo todo y seguir sus huellas.
Este impacto de Jesús en los discípulos les permitió perseverar en la prueba. Es verdad que tuvieron miedo y huyeron en el momento de la pasión, y que sus esperanzas parecieron desvanecerse, como lo muestra el relato de Emaús. Pero también es verdad que luego de la muerte de Jesús vuelven a reunirse en Jerusalén, a la espera de la promesa del Espíritu Santo. Sí, la resurrección del Señor los fortaleció y los impulsó a reagruparse, pero no fue lo único que los mantuvo en el Camino, sino también aquel impacto que el Nazareno había provocado en sus vidas. Incluso antes de la resurrección, ellos vivieron una fe en Jesús, una adhesión y un compromiso, que los mantuvo junto al Maestro. Por eso Pedro puede decirle al Señor, cuando muchos lo dejaban: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”. Con razón podemos aplicar a los primeros discípulos una frase de los obispos de América Latina: “Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo.” (Aparecida 29).
Este impacto de Jesús en tantas personas está en la base del impacto del cristianismo en nuestra historia y cultura. Por más que su influencia no sea hoy la misma que antaño, es innegable el influjo de Cristo en una multitud de hombres y mujeres, y en numerosos pueblos. Ricos y pobres, personas sencillas y grandes intelectuales, creyentes desde niños y conversos adultos, personas de las más variadas razas, condiciones y lugares, han hecho de Jesús su Señor, y han encontrado en él razones para amar, esperar y vivir.
Semana Santa es una buena oportunidad para releer el impacto que Jesús en nuestra vida. Incluso habiéndonos alejado de la Iglesia o de una práctica religiosa regular, la frescura de su Palabra, la hondura de sus bienaventuranzas, la radicalidad de su amor, la valentía de su profecía, la coherencia de su fe, entre otros motivos, pueden hacer rebrotar nuestra admiración por el Señor y, por qué no, una adhesión creyente que nos haga ponernos de nuevo tras su seguimiento.